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Brasil: angustiada súplica de los fieles a sus Pastores

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¿Hasta cuando seguiremos sin sacramentos y sin asistencia espiritual?

Excelencias Reverendísimas,

Es con los ojos puestos en la Mater Dolorosa que filialmente les dirigimos esta súplica.

La situación que atraviesa Brasil y gran parte del mundo, con motivo de la actual peste china, el coronavirus, corre el riesgo de arrastrarnos a una coyuntura que va mucho más allá del caos sanitario.

En gran medida ya estamos frente a un caos social, y se vislumbra un caos económico, caos institucional, pero sobretodo una gran orfandad espiritual.

Cuando San Carlos Borromeo era Cardenal Arzobispo de Milán, una terrible epidemia se desató en la región.

¿Qué medidas adoptó?

Hizo un llamamiento a la oración privada y pública, dio asistencia a los enfermos, condujo tres procesiones generales “para apaciguar la ira de Dios” y predicó sobre como los pecados atraen el castigo divino.

Así, esas plagas no fueron únicamente un castigo, sino también una oportunidad para la conversión.

Lo que actualmente presenciamos en Brasil es lo opuesto:

– El cierre de las iglesias, la restricción a la principal fuente de la gracia divina, que son los Sacramentos; la imposibilidad de recibir la comunión, el bautismo, de celebrar el matrimonio; la drástica disminución de las visitas a los enfermos, que se ven privados de la absolución sacramental y de la extremaunción; la casi total eliminación de la asistencia religiosa a los fieles; la ausencia de un llamamiento a actos penitenciales, a la conversión, al cambio de vida. 

Esa actitud, adoptada por gran número de sacerdotes en Brasil, ha puesto en jaque:

 

  1. La vida espiritual de los fieles, ya tan debilitada por la inmoralidad agresiva, por el laicismo cínico, y por la impiedad imperante.
  2. La credibilidad de quien debería pastorear el rebaño, sobretodo en momentos difíciles.

 

Esta indigencia religiosa se constata al ver, con edificación, a médicos y profesionales de la salud que, fieles al juramento hipocrático, en lugar de pedir el cierre de los hospitales, atienden con abnegación a los enfermos aún corriendo el riesgo de contagio.

¿Será que el cuidado con el cuerpo es más importante que el cuidado con el alma?

Del mismo modo, las farmacias y los hospitales permanecen abiertos, aún en locales donde el comercio fue cerrado.

En esos locales está permitida la entrada de clientes, siempre y cuando adopten las medidas establecidas por las autoridades. ¿Por qué dicho procedimiento no es válido para las iglesias? ¿El cuidado de la salvación eterna de las almas no constituye una obligación aún mayor de los Pastores?

Incluso el gobierno federal, a través de un decreto cuya vigencia fue confirmada por el STF, reconoció las actividades religiosas como esenciales para el País, no siendo lícito a ninguna provincia o municipio impedir la apertura de las iglesias y la administración de los sacramentos.

La medida de cerrar las iglesias y limitar el acceso a los sacramentos, de forma generalizada y por tiempo indefinido, no tiene precedentes en la Historia.

Nos privó del triduo sacro de Semana Santa y de Pascua. El Tercer Mandamiento de la Iglesia, que prescribe la comunión pascual, no pudo ser cumplido por causa de un virus. ¡Se abandonó el divino remedio, bajo pretexto de combatir la enfermedad!

Ahora bien, dichas medidas comienzan inevitablemente a suscitar graves perplejidades en incontables fieles. Si somos abandonados por parte del clero durante una epidemia proporcionalmente menor que otras ocurridas en el glorioso pasado de la Santa Iglesia, ¿que ocurrirá en adelante en situaciones semejantes o aún peores?

¿Cómo podrán confiar en el futuro en alguien que no cumple su deber de velar por la salvación eterna para cuidar su propia salud física por encima de la salud espiritual de ciudades enteras?

No se engañen, Excelencias, pues mantener dicha conducta podrá provocar aquello respecto a lo cual el P. Yoannis Lahzi Gaid, secretario pontificio, juzgó un deber advertir a los Obispos:

“En la epidemia de miedo en que estamos viviendo por causa del coronavirus, corremos el riesgo de comportarnos más como asalariados que como pastores [los destaques son nuestros]. Yo pienso en las personas que con seguridad van a abandonar las iglesias cuando pase esta pesadilla, porque la Iglesia los abandonó cuando la necesitaban. […] Que nunca se pueda decir: ‘yo no voy a la Iglesia que no vino a mí cuando yo estaba más necesitado”. (Crux, 15/3/2020)

Nos vinieron al recuerdo las conmovedoras “Lamentaciones» del Profeta Jeremías al describir el estado en que quedó Jerusalén, la Ciudad Santa del Antiguo Testamento, después de la salida de su pueblo llevado en cautiverio:

“¡Como está abandonada la ciudad antes poblada! Ella llora noche adentro, las lágrimas le cubren las mejillas, ninguno de cuantos la amaban la consuela […] Están de luto los caminos de Sion y nadie más va a sus fiestas. Todas sus puertas están desiertas […] En estos días de males y vida árida recordamos las delicias de tiempos pasados”.

Es la razón por la cual venimos a pedir a Vuestras Excelencias que las iglesias sean nuevamente abiertas, que vuelvan a ser dados los sacramentos, sobretodo el del Bautismo, de la Eucaristía, de la Confesión y de la Unción a los Enfermos, para que se pueda aplicar al Clero el famoso proverbio Amicus certus in re incerta cernitur –Al amigo cierto se lo conoce en las horas inciertas.

Y así los fieles puedan repetir nuevamente, con el Salmo 121: “Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi, in domum Domini ibimus” “¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»!”.

Esta es la súplica que les hace el Instituto Plinio Corrêa de Oliveira y todos los católicos afligidos que a él se unen.

 

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