Ambientes costumbres y civilizaciones
Epifanía del Señor: los Reyes Magos representaban a la Humanidad a los pies del Salvador
Este texto es trascripción de cinta grabada con la conferencia del profesor Plinio Corrêa de Oliveira dirigida a los socios y cooperadores de la TFP. Conserva, por tanto, el estilo coloquial y hablado, sin haber pasado por ninguna revisión del autor.
Si el profesor Corrêa de Oliveira estuviera entre nosotros sin duda pediría que fuera colocada una explícita mención a su filial disposición de rectificar cualquier eventual discrepancia en relación al Magisterio inmutable de la Iglesia. Es lo que hacemos constar, con sus propias palabras, como homenaje a tan escrupuloso estado de espíritu:
“Católico apostólico romano, el autor de este texto se somete con filial ardor a las enseñanzas tradicionales de la Santa Iglesia. No obstante, si por lapso, algo en él hubiera en desacuerdo con dichas enseñanzas, desde ya y categóricamente lo rechaza”.
Las palabras “Revolución” y “Contra-Revolución”, son aquí empleadas en el sentido que se les da en el libro “Revolución y Contra-Revolución”, cuya primera edición apareció publicada en el número 100 de la revista “Catolicismo”, en abril de 1959.
Los tres Reyes Magos, de las diversas razas, representaron a todo el mundo y a toda la sabiduría antigua homenajeando a Nuestro Señor Jesucristo, llevándole oro, incienso y mirra. Era un gesto muy simbólico.
Los tres Reyes Magos y el papel de la representación simbólica
Mañana es la fiesta de la Epifanía del Señor: reconociendo en los Magos, adoradores, las primicias de nuestra vocación y de nuestra Fe, celebramos de corazón alegre el comienzo de esa feliz esperanza.
En lo que respecta a la Adoración de los Reyes Magos, tenemos aquí un hermoso cuadro perteneciente a un conocido nuestro. Y haremos unas consideraciones sobre el valor que tienen las cosas de carácter representativo y simbólico en los planes de la Providencia.
No hay un comentarista de la Adoración de los Reyes Magos que no diga que era conveniente que los Reyes Magos vinieran a adorar a Nuestro Señor, para representar a los diversos pueblos de la gentilidad, que desde el principio se acercaron a su cuna; y que era conveniente también que fueran magos, para representar a toda la sabiduría antigua rindiendo homenaje a Nuestro Señor.
Sabemos que la palabra magos designa aquí a hombres de extraordinaria sabiduría, de relevante sabiduría, que vinieron de todas partes a adorar a Nuestro Señor. A menudo se duda de si estos magos eran reyes. En mi opinión, esta duda encierra un cierto aspecto igualitario. Porque la Cristiandad, servida por una venerable tradición, siempre ha creído que eran reyes. Y esa tradición es de tal modo continua, y que no deja de estar en consonancia con los pasajes de la Escritura que hablan de reyes que vienen de lejos a adorar al Mesías, que la tradición por sí misma merece fe, merece ser creída, y no veo ninguna razón para que no fueran reyes.
Entiendo que pueda desconcertar [a la llamada “izquierda católica”], que hombres con una profesión tan «pésima» como la de rey, hayan sido llamados a adorar a Nuestro Señor desde pequeño. Pero me parece enteramente razonable y veo, por el contrario, objeción en poner dudas al respecto.
En todo caso, tenemos aquí a hombres de diversas razas, –incluyendo un negro—, representando a todo el mundo antiguo, y representando toda la sabiduría antigua en su homenaje a Nuestro Señor, en la conocida forma del oro, incienso y mirra.
Pero ¿representar en qué calidad y de qué manera? Casi nadie sabía que iban; no habían recibido delegación alguna para ir, y sin embargo tenían una verdadera representación. Porque la razón por la que fueron no fue una razón individual, sino una razón de representación.
Podemos ver que todo era simbólico. Representaban a estos pueblos porque Nuestro Señor quería que los representaran, y fueron allí porque Nuestro Señor los llamó como representantes. Quiso tener representantes de esos pueblos, eligió a quiénes los representarían y se hizo la representación. Y siguió siendo válida, con su carácter simbólico, a pesar de que no hubo sufragio de ningún tipo, ni poder que los acreditara a los pies de Nuestro Señor.
Y el hecho de que hubiera un representante de cada uno de esos pueblos, constituía, en el orden absoluto y profundo de los acontecimientos, una verdadera representación. Estaban allí, de hecho, representando. Tal representación tenía valor en los planes de la Providencia. Eran sólo tres, pero esos tres representaban algo en los planes de la Providencia.
Algo parecido encontramos al pie de la Cruz. Así como Nuestra Señora, San Juan y las santas mujeres están representando también, al pie de la Cruz, todo lo bueno y fiel del género humano en el pasado, el presente y el futuro. Representan una delegación, y la representan porque son fieles y están al pie de la Cruz. Y todo el que es de determinado estrato, en una ocasión muy solemne, representa naturalmente a sus congéneres por selección. Así es que representaban a sus congéneres por selección y por elección divina.
Y podemos preguntarnos si de esta verdad se puede extraer algo aplicable a nosotros. También nosotros somos pocos, también representamos una minoría muy pequeña, y de tal modo comprimida que, cuando nos sentimos muchos —no muchos en el sentido de masa de población—, sino muchos sólo en la esfera normal de las relaciones de un hombre, ya nos sentimos asombrados, tan poco natural es en la época actual que seamos numerosos.
Sin embargo, representamos el deber de la fidelidad; y a los pies de la Iglesia perseguida, a los pies de la Iglesia humillada, a los pies de la Iglesia sumida en la peor confusión de su historia, la Virgen ha querido que representemos la fidelidad, la pureza, la ortodoxia, la intrepidez, el espíritu de iniciativa, de ataque, de acción, en el momento en que todo [nos] debería hablar de retirada, de compromiso, de huida.
¿Qué representamos en eso? Al pie de esta nueva crucifixión de Nuestro Señor y de la Iglesia, representamos a todos los fieles, representamos la fidelidad de todos los que han sido fieles en el pasado, de todos los que se durmieron en la paz del Señor que nos han precedido. Si un San Gregorio VII, un San Luís Rey, un San Luís Maria G. de Monfort, un San Fernando de Castilla, un Beato Nuño Álvarez, hubieran podido saber, a la distancia, al morir, que en un momento de crisis como éste habría fieles representando toda la fidelidad de la Iglesia Católica, nos habrían bendecido a la distancia, se habrían sentido nuestros congéneres, a la distancia habrían sentido como que un alivio: —¡al menos estos están haciendo lo que yo querría hacer si estuviera vivo en ese momento!
Así, los representamos a todos ellos; representamos a todas las almas fieles dispersas y aplastadas por este mundo y que no saben ni siquiera dónde poner su fidelidad, pero que querrían hacer lo que hacemos. Estamos representando a las almas que vendrán después de nosotros, esas almas que, mirando hacia atrás, van a estar encantadas con lo que estamos haciendo. Dirán: si hubiéramos vivido en esa época, hubiéramos hecho eso.
Existen esas interpenetraciones en la historia en virtud de esta doctrina de la representación, algunas de las cuales son realmente impresionantes. Uds. saben que cuando San Remigio y sus ayudantes enseñaban a Clodoveo y a sus francos la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, éstos clamaban y levantaban sus lanzas diciendo: «¿Por qué no estuvimos allí en el momento de la Pasión para defender a Nuestro Señor?»
Y estuvieron. Porque en la Pasión, Nuestro Señor previó lo que ellos querían, previó que dirían esto, y lo consolaron en esa hora. Hay, pues, una especie de reversibilidad en el tiempo, de estas diversas acciones, y todo se funde en una única y grandiosa escena; en esa única y grandiosa escena, los pocos fieles de ese tiempo representan toda la fidelidad pasada, del presente, y toda la fidelidad del futuro.
He tenido ocasión de decir que la escena y la proyección del Auto del Divino Infante acentuaron mucho esa impresión aquí en el grupo nuestro, y la situación histórica en la que nos encontramos es justamente esa: Nuestra Señora está como una reina sentada en su trono, pero, a causa de los insultos de los hombres —¡y de qué hombres! — ya descoronada, atada con cuerdas y condenada a ser arrancada por la fuerza de su trono.
En la sala en la que se está preparando el crimen, unos pocos son fieles y están dispuestos a hacer cualquier cosa para evitar que se produzca ese crimen. Esos fieles que luchan en este momento, que han tenido la incomparable felicidad de soportar los sufrimientos, las incertidumbres, las torturas espirituales de esta situación, esos fieles representan a todas las almas marianas del pasado, del presente y del futuro en este momento de tanto sufrimiento para la Virgen.
Ellos son para Nuestra Señora lo que la Verónica fue para Nuestro Señor. Al secar el Divino Rostro, la Verónica representó al mundo entero, y no hubo ni un alma piadosa, desde el momento en que se realizó ese acto, que no sintiera [santa] envidia de ella y no se sintiera, por así decirlo, representada por ella. Y a nosotros nos fue dada la felicidad y la vocación de enjugar el santísimo rostro de Nuestra Señora, lleno de lágrimas, como la lacrimación en Siracusa [1] nos hizo sentir, en esta época dolorosa.
Y sentimos la necesidad de esa nuestra representación en este acto, ante la representación de los Reyes Magos ante el Niño Jesús. La doctrina de la representación debería animarnos. Pidamos a los Reyes Magos que recen por nosotros —pues seguramente están en el Cielo con Dios— para que tengamos una de las muchas formas de valor que se nos pide y que debemos tener, el valor de estar solos como ellos; solos en el mundo pagano, pero esperando la estrella, esperando la hora de Dios, para cumplir su voluntad cuando se presente, y cumplirla con toda fidelidad y puntualidad, en la hora en que se presente.
La hora, para ellos, fue consoladora: fue la hora en que había nacido el Niño Jesús. La hora, para nosotros, debe ser la hora de la [plena realización de los acontecimientos preanunciados por la Virgen en Fátima]; pero, sea como fuere, llegará un momento muy preciso para nosotros en el que una estrella nos dirá que ha llegado la hora esperada. No será una estrella exterior, sino una voz interior. Será la convicción de que los tiempos han llegado, de que la hora felizmente ha llegado. Debemos prepararnos para esa hora, para ser modelos de exactitud y fidelidad como lo fueron los Reyes Magos, siendo en este momento modelos de fidelidad en el aislamiento.
Fuente: PlinioCprre