En 1943, un acontecimiento convulsionó el círculo católico brasilero: se trataba de una impresionante denuncia acerca de la herejía infiltrada en la Acción Católica de ese país. Tal denuncia resuena hasta nuestros días, ochenta años después…

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Redacción (01/08/2023 11:44, Gaudium Press) ¡La Santa Iglesia es indestructible! No obstante, a lo largo de la Historia hubo muchas tentativas de arrasarla y – tal vez algo peor – innumerables tentativas de desfigurarla, deturpando su faz mil veces santa e indefectible.

Una de esas embestidas se dio a inicios del siglo pasado en el seno de una excelente institución fundada por Pío XI, que llegó a ser desviada de su rumbo por algunos de sus propios miembros: la Acción Católica.

Al fundarla, Achille Ratti tenía en vista fomentar la participación de los laicos en el apostolado de la Jerarquía. Empero, no tardó mucho para que esa genuina idealización diese paso a una serie de desvíos, tanto morales, cuanto teológicos.

Errores estos que no pasaron desapercibidos a cierto hombre, líder católico incontestable en Brasil, cuyas denuncias sobrepasaron los límites continentales de esa Tierra de la Santa Cruz, haciéndose oír inclusive por eclesiásticos del más alto quilate, como el Cardenal Eugenio Pacelli, aún siendo Secretario de Estado, y más tarde como Papa.

De esta manera, Plinio Corrêa de Oliveira, hace ochenta años publicó una de sus obras más célebres, la cual detuvo en larguísima medida el avance de la herejía que ya se propagaba por un organismo tan importante como era la Acción Católica.

En Defensa de la Acción Católica

En efecto, el Dr. Plinio concibió la idea de escribir un libro que contuviese una exposición de la doctrina erróneamente enseñada por miembros de la Acción Católica brasilera – presente en ciertos religiosos belgas, de tendencias progresistas –, y que también presentase la verdadera doctrina tradicional de la Iglesia.

Por lo tanto, no se trataba de destruir la Acción Católica sino, por el contrario, de defenderla. Y para tal, delinear y esclarecer cuál era la verdadera Acción Católica en contraste con la falsa, tendenciosamente herética.

He ahí por qué el Dr. Plinio denominó su libro: “En Defensa de la Acción Católica”. Dígase de paso que, en el año en que el Dr. Plinio lo publicó, él era Presidente de la Junta Arquidiocesana de la Acción Católica de São Paulo. Nada más justo.

Con una lógica férrea y una claridad radiante, concluido el texto, el Dr. Plinio lo presentó a diversas autoridades eclesiásticas nacionales, con el fin de obtener el imprimatur. Tan pronto fue publicado – y contando con el Prefacio del Nuncio Apostólico en Brasil, Don Benedito Aloisi Masella –, “En Defensa de la Acción Católica” causó de inmediato un revuelo en toda la nación, agitando enseguida las esferas eclesiásticas de otros lugares, debido a su contundencia y, diríamos, profetismo.

No obstante, el Dr. Plinio sabía perfectamente que su actitud no quedaría sin respuesta. Así, en una persecución velada y planeada, aunque a contra gusto de la opinión católica general, el Autor fue siendo sofocado; poco importaba, pues el inmenso bien había sido hecho a la Iglesia, y eso era lo que realmente valía para el Dr. Plinio, quien ya había dedicado buena parte de su vida al servicio de la causa católica, sin pretender retribuciones.

No queda ninguna duda, sin embargo, de que su actitud reveló una insigne falta de pretensión y humildad, dado que él prefirió, a semejanza de un Kamikaze, jugar el todo por el todo, en tanto que fuese glorificada la Iglesia y salvada la ortodoxia.

80 años después

Ochenta años después, viendo el desarrollo de los acontecimientos, somos llevados a constatar cómo el lance del Dr. Plinio poseía un verdadero alcance profético, pues tuvo en vista no solo un mal episódico de aquel momento; antes bien, a un enemigo que quería inocularse en el organismo sagrado de la Iglesia.

Además de las denuncias acerca de la moralidad laxista y liberal reinante entre miembros desviados de la Acción Católica, lo que el Dr. más resaltó en su escrito fue el surgimiento de una nueva forma de concebir el Catolicismo. Forma esta que, si continuase su camino, acabaría por negar al propio Nuestro Señor Jesucristo.

Basta decir que no pocos adeptos de la falsa Acción Católica negaban tajantemente la existencia del pecado original…

De esta manera, ¿qué moral tenían?

Ofrezcamos, pues, en este artículo, la lectura de algunos trechos de “En Defensa de la Acción Católica”:

En la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo, complace a muchos espíritus ver apenas las verdades dulces, suaves y consoladoras. Por el contrario, las advertencias austeras, las actitudes enérgicas, los gestos a veces terribles que Nuestro Señor tuvo en su vida, acostumbran a ser pasados bajo el silencio. Muchas almas se escandalizarían – y ese es el término – si contemplasen a Nuestro Señor empuñando el látigo para expulsar del Templo a los vendedores; maldiciendo a la Jerusalén deicida, llenando de recriminaciones a Corozaín y Betsaida, estigmatizando con frases candentes de indignación la conducta y la vida de los fariseos.

No obstante, Nuestro Señor es siempre el mismo, siempre igualmente adorable, bueno y, en una palabra, Divino, ya sea cuando exclama ‘Dejad que los niños vengan a mí, porque de ellos es el Reino de los Cielos’, sea cuando, con la simple afirmación: ‘Soy Yo’, hecha a los soldados que lo iban a prender en el Huerto de los Olivos, se muestra tan terrible que todos caen por tierra inmediatamente, habiendo causado la voz del Divino Maestro no solo sobre sus almas, sino también sobre sus cuerpos, el mismo efecto que la detonación de alguno de los más terribles cañones modernos.

Encanta a ciertas almas – ¡y cómo tienen razón! – pensar en Nuestro Señor y en la expresión de adorable dulzura de su Divina Faz, cuando recomendaba a los discípulos que conservasen en el alma la inocencia inmaculada de las palomas. Olvidan, sin embargo, que inmediatamente después Nuestro Señor les aconsejó que también cultivasen en sí la astucia de la serpiente. ¿Habría tenido la predicación del Divino Maestro errores, lagunas, o simplemente sombras? ¿Quién podría admitirlo? Expulsemos muy lejos de nosotros toda y cualquier forma de unilateralismo.

Veamos a Nuestro Señor Jesucristo como nos lo describen los Santos Evangelios, como nos lo muestra la Iglesia Católica, esto es, en la totalidad de sus predicados morales, aprendiendo con Él, no solo la mansedumbre, la cordura, la paciencia, la indulgencia, el amor a los propios enemigos, sino también la energía a veces terrible y asustadora, la combatividad serena y heroica, que llegó hasta el sacrificio de la Cruz, la astucia santísima que discernía de lejos las maquinaciones de los fariseos y reducía a polvo sus argumentaciones sofísticas.” [1]

En efecto, en esta tristísima época de ruina y de corrupción, no sería explicable que no existiesen, como en el tiempo de los Apóstoles, ‘falsos apóstoles, operarios fingidos’ que se infiltran en las filas de los Hijos de la Luz y se transforman en apóstoles de Cristo. Y no es de sorprender, una vez que el propio Satanás se transforma en ángel de luz. No es, pues, mucho, que sus ministros se transformen en ministros de justicia; pero su fin será según sus obras (2 Cor 11, 13-15). ¿Contra esos ministros qué otra arma hay, sino la argucia necesaria para saber por los actos, por las doctrinas, distinguir entre los hijos de la luz y de las tinieblas? Contra los predicadores de doctrinas erróneas, más dulces, más fáciles, y por eso mismo, más engañosas, la vigilancia no debe ser apenas penetrante, sino ininterrumpida.” [2]

Pasadas ocho décadas, solo nos resta una palabra de gratitud. ¡Pero no solo eso! También nos cabe continuar la batalla: en primer lugar, a través de una vida moralmente bien llevada, y, en segundo lugar, dando el valor que cabe a cada cual dentro de la Iglesia, ya sea a la Jerarquía, sea a los laicos, sin tergiversar valores y, menos aún, sin sustituir los conceptos. En otras palabras, ¡no cambiar la verdad por la mentira!

He aquí la lección que el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira transmitió al Brasil y, sin duda alguna, más aún hoy continúa transmitiendo: la de que Nuestro Señor es la Verdad, por ser Él propio el único camino y la única fuente de la Vida.

Por Santiago Resende