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Presidenciales en Brasil: la cruzada de los partidarios de Bolsonaro

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Déborah, Guilherme y Amabile izan la bandera cada mañana delante de su caravana “patriótica”.
Déborah, Guilherme y Amabile izan la bandera cada mañana delante de su caravana “patriótica”. 

A un mes del escrutinio presidencial en Brasil que enfrentará al presidente Jair Bolsonaro contra el candidato de izquierda Luiz Inácio Lula da Silva, una fuerza sosegada se moviliza a favor del actual dirigente brasileño. Se trata de patriotas inquebrantables, convencidos de que una amenaza comunista acecha su país y que defienden a toda costa al jefe de Estado en el poder. Una galería de retratos.

  • En Campo Grande, Big Mama, la guerrera espiritual de Jair Bolsonaro

Llega una hora tarde y con aires de diva, como caída del cielo. Delante de la pequeña parroquia de madera se ha formado una fila de fieles y amigos que la esperan; todos están impacientes por desearle un feliz cumpleaños. Entre carcajadas y besos pegajosos, Big Mama, una mujer robusta con el maquillaje impecable, se emociona: “¡Si me manda un video felicitándome por mis 57 años, me muero en ese instante!”. Se refiere a Jair Bolsonaro, su ídolo, su héroe. Llora de alegría con la sola idea de hablar con el presidente de Brasil, al que rinde culto. Casi literalmente.

Pastora evangélica desde sus 17 años, Big Mama, cuyo nombre es Josette Monteiro Marques, predica la palabra de Dios y ahora también la del presidente brasileño, en su barrio de Campo Grande, un suburbio popular al oeste de Rio de Janeiro. Desde muy joven, Dios le ha “enviado” mensajes todos los días, excepto por una mala racha durante su veintena cuando la droga y el alcohol la alejaron del camino divino durante cuatro años. En 2018, supuestamente la “llamó” para hacer campaña por su Mesías: Jair Messias Bolsonaro. Big Mama cuenta con 178.000 seguidores en Instagram, donde publica regularmente videos defendiendo las posturas del líder ultraderechista.

Discípula perfecta

Big Mama fue una mujer maltratada y ha estado casada dos veces. Es madre de cuatro hijos biológicos y más de “1.886 hijos espirituales” a los que se enorgullece de haber llevado por el «buen camino» gracias a su asociación evangélica de rehabilitación contra la droga. Tiene todas las características de una discípula de la derecha conservadora; hasta el turbante verde y amarillo que lleva con orgullo en la cabeza en cada manifestación patriótica.

Big Mama es una mujer negra. “Se puede ser compositora de samba, mujer guerrera y defender al presidente, no veo cuál es el problema”, afirma. Sin embargo, Jair Bolsonaro suele ser señalado por sus declaraciones racistas. En 2017, durante una conferencia en Rio afirmó que “los Negros de los Quilombos (pueblos de descendientes de esclavos negros refugiados) ni siquiera servían para procrear”.

El escándalo más reciente fue a principios de agosto, cuando se defendió de ser racista durante una entrevista en Flow Podcast. El candidato contó que en su juventud como militar salvó a un colega afrobrasileño de ahogarse y que “lo habría dejado morir si hubiera sido racista”.

“Dice algunas tonterías de vez en cuando, pero con buena voluntad”

Según Big Mama, los críticos se niegan a creer que las personas negras y de la comunidad LGBTQIA+ puedan respaldar al presidente. Su apoyo le habría costado varias amenazas. “Me han amenazado de muerte porque defiendo al presidente, porque me pongo un turbante, porque respeto a los Orishas (dioses de las religiones de matriz africana) y porque estoy orgullosa de mi color de piel. ¿Pero acaso mi piel tiene un partido político?”.

A diferencia de sus opositores, para Big Mama Jair Bolsonaro representa un verdadero defensor de la libertad de pensamiento, un hombre que “no roba, no juzga, es cierto que dice algunas tonterías de vez en cuando, pero con buena voluntad”. Poco le importan las declaraciones del presidente mientras constituya un escudo “contra la amenaza comunista”.

En sus años de adicción, vio a su hermano hundirse en su dependencia al cannabis, influenciado, según ella, por las ideas socialistas en boga cuando terminó la dictadura militar.

Sentada en una mesa al lado de la pequeña parroquia donde oficia, Big Mama toma un café tras otro y habla cada vez más rápido, como si tuviera que convencer en tiempo récord de las bondades de la política de Jair Bolsonaro. Cada recién llegado que acoge es un nuevo pastor que se une a su causa. Las biblias no tardan en amontonarse a la entrada de la sala donde la prédica empieza con música. Big Mama toma el micrófono y con lágrimas en los ojos abraza una inmensa bandera brasileña. Se autoproclama “guerrera espiritual” y de repente grita: “Señor, libera a Brasil del socialismo y bendice a nuestra nación, a nuestro presidente y sus elecciones”. En coro, toda la sala entona un ‘Amén’. En Campo Grande, el suburbio más poblado de Rio, Big Mama hace campaña.

  •  De sur a norte, la familia itinerante y patriótica

Otro escenario, mismo fervor. En un antiguo microbús de la policía militar, convertido en caravana, Déborah, Guilherme y su hija de 6 años, Amabile Levinson, se calientan tomando cafés con azúcar. Ese día sopla un viento frío en Rio. “¡Entren rápido!”. La puerta de la casa rodante se cierra con un golpe atronador.

Amor, orden y progreso

Dicen que son “apolíticos”, “sin partido”. Pero fue Jair Bolsonaro el que los inspiró. Y está claro que van a votar por él. Al menos Déborah. Guilherme reserva su voto en primera vuelta para Pablo Marçal, un coach religioso del movimiento “mesiánico” evangélico desconocido.

En 2018, se dieron cuenta de que en su barrio Cachoas do sul pocos vecinos izaban la bandera como ellos cada mañana. En la suya se lee “amor, orden y progreso”. Guilherme añadió la palabra ‘amor’ inspirada, según él, en el filósofo positivista francés Auguste Comte. “Mis vecinos, mis amigos, se avergonzaban de la bandera porque tenían miedo de que sus vecinos pro Lula los criticaran o de que los llamaran extremistas de derecha”. Atrás quedó el orgullo verde y amarillo que unió a toda una nación durante el Mundial de 2014. Desde la destitución de la expresidenta Dilma Rousseff, la camiseta de la Seleçao ha sido usada casi exclusivamente por sus detractores en las manifestaciones patrióticas. Jair Bolsonaro se apropió de los colores en 2018. Ahora, cualquiera que exhiba una bandera brasileña en su ventana solo puede ser un seguidor del presidente.

Déborah cree en él, pero confiesa que el balance de su gobierno no es de los más brillantes: “Tuvo cuatro años difíciles, un tribunal supremo federal que se oponía constantemente a todas sus políticas, una pandemia y gobernadores de Estado que le impidieron gobernar y mantener la economía de este país”. Antes de continuar, suspira: “Estamos jodidos si el Partido de los Trabajadores regresa porque ya saquearon este país, lo van a volver a desangrar”.

“Él protege nuestra soberanía”

La mirada de Guilherme se pierde en el verde de la inmensa bandera que cuelga a modo de cortina en la cabina del conductor: “Tenemos que estar orgullosos de nuestras raíces, de nuestro hermoso país y de sus riquezas. Jair Bolsonaro lo defiende, protege nuestra soberanía, se niega a que nuestra Amazonía sea invadida por los extranjeros, por eso lo odian”.

El presidente sería la encarnación del patriotismo por apoyar la economía nacional por encima de todo, pese al Covid-19, por rechazar la intervención internacional en la gestión de la selva amazónica y por defender los valores conservadores y evangélicos que su mujer, Michelle Bolsonaro, fiel creyente, le susurra al oído.

“Defender nuestra nación, nuestra bandera”

Un militar toca la ventanilla y le pide amablemente a Guilherme que se estacione un poco más lejos. Aunque la caravana tiene los colores del ejército, aparcada en esta entrada de la base militar de Urca, al pie del Pan de Azúcar, dificulta las maniobras del batallón. Pero no es grave: “Estamos acostumbrados, nunca pagamos por el estacionamiento y la policía nunca nos molesta. Defienden nuestra causa”.

En medio del viento que sopla durante el final del invierno carioca, la pequeña furgoneta es un termómetro patriótico. Por donde circule o se estacione, los simpatizantes acuden para tomarse una foto, comprar una bandera o conversar un poco. El día anterior, la familia fue invitada al culto evangélico del batallón del Bope, el grupo de intervención de élite de la policía militar, especializado en la represión de las bandas de narcotraficantes y conocido por su insignia de calavera y sus métodos contundentes. “Una invitación amistosa”, según Guilherme, “porque simpatizan con nuestra causa”. ¿Cuál? “Defender nuestra nación, nuestra bandera”. Pero ¿contra quién? “Los enemigos, los del nuevo orden mundial que quieren dividirnos para vencer mejor”.

  • En Araquari, las armas en las urnas con Jocelito

Con la sirena encendida, el todoterreno de Jocelito Rodrigues excede el límite de velocidad permitido en la autopista que conecta Joinville con Araquari, elegante suburbio de esta ciudad adinerada del sur de Brasil. Se dirige a su campo de tiro. Con el uniforme de reservista militar, está orgulloso de su pequeño privilegio como notable local. Normalmente se codean unos 1.500 asociados allí. Pero esta noche no hay nadie en el club. Todo el mundo está en la Shotfair, la mayor feria de armamento de América Latina, en la que Jocelito expuso en agosto. A lo lejos solo se oyen los disparos de práctica de sus equipos de seguridad, que hacen una pequeña demostración frente a una pancarta enorme en la que se lee en letras negras sobre el verde de la bandera brasileña: “No se trata de armas, sino de libertad”, el eslogan del lobby pro-armamento, del que Jocelito es un miembro activo hace más de 30 años.

La visita continúa en su oficina, una sala grande y fría con una decoración singular. Una calavera de cera y un águila dorada con las alas abiertas destacan sobre su escritorio. Detrás, la bandera brasileña a modo de estandarte y la foto del presidente Jair Bolsonaro. Al pasar por delante, Jocelito se detiene y en posición de saludo militar murmura: “¡Al capitán!”. Un ritual cotidiano.

Se enorgullece al afirmar que jamás ha votado por la izquierda, y que nunca en su vida lo han atraído las sirenas del Partido Laborista, a diferencia de una gran parte de los que se han unido a la causa de Jair Bolsonaro. Sus convicciones no han cambiado. El presidente y candidato a la reelección era para Jocelito el hombre providencial. “Cumplía con todos mis requisitos y no me decepcionó”. Gracias a las medidas implementadas por el gobierno de Jair Bolsonaro, la cantidad de campos de tiro aumentó un 1.162 %. De los 151 que había a finales de 2019, ahora hay 1.906 en todo el país. El de Araquari es uno de los más importantes.

“Ya sabemos leer, gracias”

“Santa Catarina es el Estado con más cantidad de armas, pero también tiene la menor tasa de homicidios por armas de fuego del país”, exclama como para justificarse, sin que hubiera una pregunta de por medio. Una letanía que repite una y otra vez a todos los periodistas que llegan a su stand. ¿Mecanismo de defensa o argumento político? Hace unas semanas, el candidato del Partido de los Trabajadores, Luiz Inacio Lula da Silva, amenazó con convertir todos los campos de tiro en bibliotecas si era elegido para dirigir el país. Una diatriba que irrita a Jocelito: “Ya sabemos leer, ¡gracias! No como los simpatizantes de izquierda”.

Jocelito Rodrigues ni siquiera se atreve a imaginar la posibilidad de una derrota del bando de Bolsonaro. “Sería una gran pérdida para el país y sería más difícil la tenencia de armas… No creo en la victoria de la izquierda. Si eso llegara a pasar, sería porque hubo fraude electoral, por ejemplo. En todo caso, respecto al cierre de los campos de tiro, tendría poca influencia porque dependemos del ejército y un presidente difícilmente cambiará las cosas relacionadas con el ejército”. Para él y los miembros de su club, la mayor amenaza para la reelección de Jair Bolsonaro es el fraude en las urnas. En Brasil, el voto es electrónico desde 1996, un sistema fiable hasta ahora, pero constantemente criticado por el presidente y sus partidarios. La experiencia estadounidense fue un escarmiento y temen que, como a Donald Trump, les “roben la victoria”.

En la Shotfair, Eduardo Bolsonaro, diputado federal por el Estado de São Paulo e hijo de Jair, pasa a pocos metros del stand de Jocelito. Embajador ferviente del lobby pro-armas, Eduardo es el invitado de honor de la feria. Jocelito se apresura para regalarle una camiseta de su campo de tiro. “Apoyaremos a su padre a toda costa”, le asegura, sonriendo para la foto. Eduardo Bolsonaro acepta el regalo con gusto, pero no se quitará lo que lleva puesto ese día: una camiseta negra con un “fuck communist” que no escandaliza a nadie en el recinto.

Fuente: Sistema Integrado Digital

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