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Mármol rojo de la Toscana y otros tesoros en el palacio Domecq, un «gran desconocido» en Jerez

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Como ha ocurrido con otros edificios singulares, esta mansión se ha abierto a las visitas y acoge eventos de todo tipo. De gran riqueza artística, es todo un relato de la aristocracia jerezana desde el siglo XVIII

El patio de columnas y la escalera, todo de mármol rojo; la pieza más llamativa del palacio.
El patio de columnas y la escalera, todo de mármol rojo; la pieza más llamativa del palacio. MANU GARCÍA

Pocas dudas caben de que el palacio Domecq, situado en la Alameda de Cristina, es paradigma de las grandes mansiones y casas señoriales que han proliferado en Jerez promovidos por una rica aristocracia y la burguesía bodeguera. Fue declarado Bien de Interés Cultural en 2002 y regresó a manos de sus descendientes en el año 2013, la familia Mora-Figueroa Domecq.

El palacio es, al mismo tiempo, un icono monumental en la ciudad dentro de la arquitectura civil. No se entendería ese espacio que ocupa en el ‘salón más noble’ del centro urbano sin la grandiosidad de una de sus casas más notables, considerada como el máximo exponente arquitectónico del barroco jerezano del siglo XVIII, que fue hogar, desde 1885, de la familia Domecq.

Visitantes accediendo a la biblioteca de la casa. MANU GARCÍA

Visitantes accediendo a la biblioteca de la casa.     MANU GARCÍA

Escalera de acceso a la planta superior donde cuelgan los valiosos tapices flamencos. MANU GARCÍA

Escalera de acceso a la planta superior donde cuelgan los valiosos tapices flamencos.     MANU GARCÍA

Actualmente, el palacio tiene una gestión diferente, buscando una productividad en lo turístico y en la celebración de eventos. Se constituye en otro ejemplo, de los que ya hay varios en la ciudad, de cómo hacer rentable un espacio singular y de valor artístico e histórico, iniciativas claves para su conservación.

Precisamente, su estado es magnífico gracias al cuidado a que ha sido sometido y, además, que siempre ha tenido uso, desde que fue casa familiar, hasta que quedó como patrimonio de la bodega que lo usaba como residencia para invitados ilustres o reuniones de importancia para la empresa.

Curiosamente, pese a estar donde está y que su gran visibilidad forma parte del paisaje urbano del Jerez más apreciado, pocos son los que lo conocen por dentro, tanto jerezanos como visitantes. Muchos escritos y fotografías delatan la maravillosa construcción, sin embargo es un gran desconocido en Jerez. Su fachada principal mira al monumento dedicado al marqués de Domecq, sentado y dando la espalda a la que fue su casa. El palacio no es ajeno y se integra en lo que acontece a su alrededor, como cuando llega la Semana Santa, vistiendo de colgaduras sus balcones.

La sala de consejos en la que se ven trofeos y galardones logrados por la bodega. MANU GARCÍA

La sala de consejos en la que se ven trofeos y galardones logrados por la bodega.     MANU GARCÍA

La venta de la marca bodeguera y el nuevo rumbo empresarial que tomó tuvo como consecuencia la venta de inmueble cuya planta es cuadrangular y está vertebrado por un gran patio central de mármol italiano y una fachada de tres plantas en las que destacan unos magníficos balcones sobre todo en el primer nivel. Y algo que muchos desconocen, el tablao que existe en la planta más alta del edificio.

Sebastian Gómez es el responsable comercial y de visitas del palacio. Fue el pasado mes de junio del 2022 cuando inició la nueva andadura: “El primer trabajo que tuvimos que hacer es dar a conocer este equipamiento tanto a escala local como nacional para que el turista sepa que el palacio está abierto a las visitas”, señala. Y asegura que, en cuanto al volumen de entradas, “afortunadamente estamos creciendo poco a poco”.

El despacho del marqués de Domecq, uno de los atractivos de la visita. MANU GARCÍA

El despacho del marqués de Domecq, uno de los atractivos de la visita.    MANU GARCÍA

Una de las soberbias lámparas del salón de baile. MANU GARCÍA

Una de las soberbias lámparas del salón de baile.     MANU GARCÍA

Sus arquitectos fueron Juan Díaz de la Guerra, Antonio Matías de Figueroa y Pedro de Cos. La historia de esta casa comienza en 1775 cuando Antonio Cabezas de Aranda y Guzmán, primer Marqués de Montana, construyó el palacio en lo que entonces era el Llano de San Sebastián.

Juan Pedro Domecq Lembeye la adquirió en 1855 pagando más de medio millón de reales de vellón para habitarlo él y, más tarde, sus descendientes. Cuando fallece deja como heredero a su hijo natural Juan Pedro Aladro, príncipe Kastriota, pretendiente al trono de Albania. Fue un destacado diplomático que residió entre Londres, París y Jerez. Hablaba ocho idiomas.

Libros apilados en el mobiliario de la biblioteca. MANU GARCÍA
Libros apilados en el mobiliario de la biblioteca.    MANU GARCÍA

El responsable de la instalación señala que el palacio «estaba en perfecto estado para abrirlo a las visitas con una magnífica conservación», puesto que, subraya, “estamos en constante vigilancia para atender lo que va surgiendo en una casa tan antigua”.

Sebastián Gomez explica que los visitantes, nada más entrar, se sorprenden “de la magnificencia del palacio, su singularidad”, destacando que en cierto modo ha sido, hasta abrirlo a la visitas, “un gran desconocido para Jerez por haber estado cerrado” y abrirse en ocasiones muy señaladas y siempre de forma privada. El hall está presidido por los retratos de los primeros Domecq, como son los lienzos de Juan Pedro Domecq Lembeye y Pedro Domecq Loustau. Cuadros, tapices, esculturas y materiales nobles traídos desde Italia, Flandes y Francia, enmarcan un conjunto artístico, único y excepcional.

El precioso artesonado en madera de los techos, en la imagen, admirado por un turista.      MANU GARCÍA
El precioso artesonado en madera de los techos, en la imagen, admirado por un turista.     MANU GARCÍA
El famoso piano de cola situado en el salón de baile, que ha ganado varios premios. MANU GARCÍA
El famoso piano de cola situado en el salón de baile, que ha ganado varios premios.    MANU GARCÍA

Con estos activos, la visita a este palacio es obligada para quienes deseen conocer el esplendor de una época pasada y cuyos vestigios, como este palacio, son perfectos ejemplos para entender a aquella alta sociedad. Los visitantes, nada más entrar, tras dejar atrás una zona ajardinada como antesala, se topan con el magnífico patio de columnas de mármol rojo de la Toscana italiana, donde también se sitúa una escultura neoclásica.

Entrando en el núcleo más noble de la casa, se llega al salón, destinado a las reuniones del consejo de la bodega y donde cuelgan los retratos de los miembros de la familia, y desde ese punto al despacho del marqués de Domecq que presiden dos retratos de los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, que fueron regalos del monarca, algo que delata la estrecha relación que tenía con la familia.

La impresionante fachada principal de la casa. MANU GARCÍA
La impresionante fachada principal de la casa.      MANU GARCÍA​​​​​​​

A los visitantes, según explica Sebastián Gómez, el espacio que les llama más la atención, “es el patio de las columnas sobre del que se vértebra el edificio, un lugar muy emblemático de la casa”. También causa admiración el salón de baile “por su grandiosidad especialmente por las enormes lámparas”.

“Todas las dependencias tienen cosas que los resaltan pero estos dos espacios junto con la biblioteca llaman más a la curiosidad de quienes entran en ellas”. Además de las visitas, el palacio se comercializa para eventos corporativos de empresas con cenas o almuerzos pero sin alojamientos.

El amplio salón que da acceso, en la primera planta, a las zonas más nobles de la casa. MANU GARCÍA
El amplio salón que da acceso, en la primera planta, a las zonas más nobles de la casa.    MANU GARCÍA
La gran escalera de mármol rojo. MANU GARCÍA
La gran escalera de mármol rojo procedente de Italia.       MANU GARCÍA

Siguiendo con el recorrido, la estancia que guarda la memoria escrita del palacio es la biblioteca con muebles en madera policromada y enfrentada con un árbol genealógico familiar. El salón de invierno, con techos vestidos con un rico artesonado; una escalera en mármol rojo de doble tramo, tres magníficos tapices flamencos del siglo XVII dedicados a Pompeyo el Magno: la partida de Pompeyo a la guerra, la gran victoria y el regreso victorioso.

En un palacio de estas características donde se alardeaba de poder y riqueza además de preponderancia social, no falta el salón de baile, que es como la pieza principal y ostentosa de la casa. Grandes pinturas, tapices y objetos llegados de oriente; cuatro lámparas de la Real Fábrica de Cristal de La Granja. Y si hay un elemento excepcional es el gran piano de cola, en esa misma sala, que tiene hasta premios, galardones alcanzados en las Exposiciones Universales de Londres en 1851 y en París en 1855 y en 1867.

Fuente: Sistema Integrado Digital

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