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Europa debate sobre el derribo de los monumentos soviéticos

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El debate sobre los monumentos soviéticos es más actual que nunca en Europa del Este, especialmente por la guerra en Ucrania. La población búlgara está dividida al respecto.

Numeroso grupo de personas con banderas rojas frente al monumento.
El monumento al Ejército Rojo divide a la población en Bulgaria. El pasado 9 de marzo, un grupo de personas se manifestó en contra del derrumbe del mayor monumento soviético de la capital búlgara, Sofía.Imagen: Borislav Troshev/AA/picture alliance

Para algunos, los monumentos soviéticos representan la ocupación del Ejército Rojo y el régimen de Stalin. A otros, les recuerda más bien la victoria sobre la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial. La guerra contra Ucrania ha reavivado este debate. En Polonia, Lituania, y también en Bulgaria, donde la opinión pública está muy dividida, probablemente porque el país aún no ha procesado su pasado comunista. Gran parte de la población búlgara todavía romantiza esa época.

Monumento al Ejército soviético en Sofía

En el centro de esta controversia se halla un gigantesco monumento en honor al Ejército soviético, un pilar de casi 40 metros de altura al final de un paseo de adoquines en la capital búlgara, Sofía. En lo alto del monumento hay un soldado del Ejército Rojo, que extiende su arma sobre las cabezas de una campesina y un obrero. En la base, tres relieves cuentan la historia del Ejército Rojo.

Desde hace casi 10 años, la «Iniciativa para desmantelar el Monumento en Honor al Ejército Soviético» ha hecho campaña para retirar esta pieza de 1954, diez años después de que la Unión Soviética declarara la guerra a Bulgaria.

«Después de la invasión del Ejército Rojo, se estableció un régimen comunista en Bulgaria. Este monumento fue construido en una época de ausencia de libertad, cuando las fuerzas de ocupación se llamaban a sí mismas libertadores», explica Marta Georgieva, de la iniciativa. «Un Ejército simplemente invade un país y se autodenomina libertador cuando gana la guerra», dice, estableciendo paralelismos entre el pasado búlgaro y el presente ucraniano.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Bulgaria formó parte de las potencias del Eje desde 1941 hasta 1944, pero el país no envió soldados al Frente Oriental y se negó a declarar la guerra a la Unión Soviética. En agosto de 1944, Bulgaria puso fin al pacto con la Alemania nazi y se declaró neutral. Sin embargo, la Unión Soviética rechazó la oferta de un armisticio y declaró la guerra a Sofía.

Solo tres meses después de la invasión del Ejército Rojo, un régimen comunista tomó el poder en el país, el 9 de septiembre de 1944, y asesinó a entre 18.000 y 30.000 personas, clérigos, periodistas, exministros y grandes terratenientes. En Bulgaria se sabe muy poco sobre este oscuro capítulo de la historia del país. La demolición del monumento al Ejército soviético sería parte de este proceso, según Marta Georgieva.

El ayuntamiento capitalino decidió demolerlo en 1993, pero diversas instituciones han eludido derribarlo. «Hemos demostrado que no es un monumento cultural y las autoridades han confirmado que no es un monumento a los soldados», reiteró Georgieva.

Base del monumento al Ejército Rojo en Sofía, Bulgaria.
El monumento se construyó en 1954 para conmemorar el décimo aniversario de la liberación del nazismo por parte del Ejército Rojo.Imagen: Borislav Troshev/AA/picture alliance

Preservar el pasado sin confrontarlo

No todo el mundo apoya la idea del derribo. De hecho, muchos búlgaros piensan que hay que conservarlo: «Es un memorial común para recordarnos cuántas personas murieron en esta guerra  despiadada y sangrienta, y nunca quisieron esta guerra. Su memoria debe ser preservada», dijo a DW una anciana cerca del monumento.

Además, la propaganda de Vladimir Putin, cae en terreno fértil en Bulgaria, un país que nunca ha escapado por completo de la influencia rusa. Hay muy poca revisión histórica y demasiada desinformación en el país. Los horrores de la era comunista apenas se han discutido.

¿Una solución creativa?

Otra opción sería convertir el monumento en un museo o integrarlo en una instalación, como el Museo de Arte Socialista, que alberga numerosos retratos de líderes comunistas. «En ese período, el arte tenía que servir a la propaganda. Se convirtió en una herramienta de poder político e ideológico. El Partido Comunista se fusionó con el Estado y este sistema de partido único controlaba todas las esferas de la vida pública, política y cultural. El arte no escapó de esos procesos», explica el curador del museo, Nikolai Ushtavaliiski.

Como el monumento no cabría en el terreno en que se ubica el museo, Ushtavaliiski propone transportarlo a Dimitrovgrad, fundada a 220 kilómteros al sureste de Sofía, al inicio mismo del dominio comunista: «La ciudad en sí misma es un monumento socialista, por lo que un monumento como el de Sofía, en honor a un Ejército extranjero, encajaría perfectamente».

(rmr/rml)

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