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El riesgo del suicidio colombiano por el repudio a la política tradicional

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Argentina y Venezuela deberían enseñarle algo a Colombia. La mezcla del voto castigo con el hartazgo de la política tradicional puede ser fatal

Gustavo Petro y Hugo Chávez
Gustavo Petro y Hugo Chávez, en plena juventud, todavía sin poder. Uno arruinó por completo a su país. Colombia decidirá si sigue el ejemplo. (Twitter)

No hay que buscar paralelismos forzados para advertir que Colombia camina en la cuerda floja. La historia reciente de Venezuela, pero también la de Argentina, deberían encender serias alarmas al electorado colombiano, que parecen no hacen el ruido ensordecedor que se esperaría. Gustavo Petro no debería tener ninguna posibilidad de acceder al balotaje y, sin embargo, tiene probabilidades de convertirse en el futuro presidente. Como bien advirtió el premio nobel Mario Vargas Llosa, la llegada de la izquierda al poder, además de significar una tragedia regional, representaría “la destrucción de Colombia”.

Aunque ningún proceso político es idéntico a otro, el denominador común sobre el que debería reflexionar por estas horas el pueblo colombiano es el riesgo del hastío para con la política tradicional en un momento clave, que puede llegar a convertirse en un salto al vacío del que puede no haber retorno.

Claro que lo que complica la situación es que esta carta ya se jugó. Iván Duque accedió a la presidencia en 2018, no por demasiados méritos propios, pero sí con el capital político de «no ser» el candidato análogo del castrochavismo. Luego de un mandato, que para muchos tuvo más sombras que luces, la política tradicional colombiana ya no cuenta con ese comodín para tirar sobre la mesa de naipes. Ya se malogró y ahora puede pasar cualquier cosa.

Venezuela ha pagado muy caro el “voto castigo” que capitalizó Hugo Chávez, al punto que perdió su democracia en aquel suicidio masivo de 1998. Ni la muerte del déspota pudo devolverles a los venezolanos las libertades básicas. La dictadura echó raíces y todo parece indicar que no habrá novedades en el corto ni en el mediano plazo.

Lo de Argentina, uno no sabe realmente si es mejor o peor. Cristina Kirchner se vio obligada a abandonar el poder en 2015, luego de intentar (afortunadamente) de forma infructuosa modificar la Constitución. Tuvo que bendecir la fórmula Scioli-Zannini, que cayó en las urnas frente a la coalición liderada por Mauricio Macri. Aquí aparece algo para que los colombianos presten atención: luego de una gestión fallida, que podría compararse con la presidencia de Duque, la mayoría del electorado (increíblemente) le creyó a CFK que podría ser vicepresidente de un Alberto Fernández moderado.

El resultado, aunque era evidente para los que no votaron por el Frente de Todos, es una realidad para la gran mayoría de los argentinos. Caro… muy caro ha pagado el país el voto castigo en contra de una coalición mediocre. Las promesas de Alberto Fernández de, simplemente, «encender» la economía para beneficiar a los sectores más populares, parecen calcadas de las propuestas vacías de Gustavo Petro.

Claro que los colombianos no tienen por qué resignarse a una dirigencia que no los representa. Pero la renovación política no puede ser de la noche a la mañana y mucho menos de la mano de un exguerrillero que recorrió un camino demasiado similar al de Chávez. El sufragio por el candidato que lo enfrente en la segunda vuelta puede ser un esfuerzo patriótico incómodo, pero la situación lo amerita.

La mezcla del repudio a la política tradicional, sumada a la compra de “espejitos de colores” que venden los populistas de turno, forman parte de un combo letal para la débil institucionalidad latinoamericana. Una seducción que parece siempre tentadora para una fracción del tercio del electorado indeciso, que siempre define las elecciones inclinando la balanza para uno de los dos polos mayoritarios. Todos los esfuerzos para despabilarlos por estas horas parecen ser poca cosa.

Fuente: Sistema Integrado de Información

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