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De la KGB de Kruschev a Putin: las profundas raíces de la influencia rusa en África

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Cuando el presidente ruso Vladimir Putin desarrolla su red de influencia en África, no lo hace al azar. Se basa en la rica historia de las relaciones soviéticas con los países africanos, que se remonta a la década de 1960, y en los esfuerzos realizados por los espías rusos durante la Guerra Fría para contrarrestar la influencia estadounidense sobre el terreno.

Documentos quemados por el personal de la embajada soviética en Leopoldville antes de abandonar los locales tras el golpe de Estado de Joseph-Désiré Mobutu.
Documentos quemados por el personal de la embajada soviética en Leopoldville antes de abandonar los locales tras el golpe de Estado de Joseph-Désiré Mobutu. © ASSOCIATED PRESS

1960 fue un año trascendental para lo que pronto se convertiría en la República Democrática del Congo. El país se independizó de Bélgica en junio e instauró su primer gobierno elegido democráticamente. En septiembre, las luchas por el poder llevaron a Joseph-Désiré Mobutu, alias Mobutu Sese Seko, entonces Secretario de Estado, a dar su primer golpe militar. Y unos meses más tarde, el primer ministro Patrice Lumumba fue asesinado.

Esta rápida sucesión de acontecimientos marcó un año crucial en la historia, pero no sólo para los derechos de emancipación en África. A unos 11.000 kilómetros al este de Kinshasa, en Rusia, la política exterior del Kremlin dio un nuevo giro en medio de la crisis que atenazaba al Congo Belga. Alexander Shelepin, jefe del KGB en aquella época, se dio cuenta de que apenas había espías rusos al sur del desierto del Sahara. Había una sólida base de agentes secretos en Egipto, algunos dispersos por el Magreb y algunos vinculados al Partido Comunista local estaban destinados en Sudáfrica.

Un puñado de espías para salvar al primer ministro Lumumba

A ojos de Shelepin, su red de espías en el continente africano era escasa. Nikita Kruschev, entonces primer secretario del Partido Comunista, había convertido en una prioridad la apertura a los países de renta baja (en su mayoría africanos) y la ruptura con su predecesor Joseph Stalin.

Como consecuencia, la crisis del Congo se convirtió en «el primer caso conocido de intervención del KGB en un país del África subsahariana», explica Natalia Telepneva, historiadora y especialista en inteligencia soviética en África de la Universidad de Strathclyde, en Glasgow.

Así empezó la carrera por la influencia rusa al sur del Sáhara. A pesar de la falta de interés por la región desde principios de los 90 hasta finales de los 2000, el Kremlin dejó su impronta. «Para restablecer la presencia rusa en África, Vladimir Putin aprovechó la relativamente buena reputación que tenía la Unión Soviética en el continente y recurrió a una red de antiguos contactos», afirma Marcel Plichta, que investiga la influencia soviética en África en la Universidad de Saint Andrews, en Escocia.

Pero durante la crisis del Congo, Rusia aún no tenía un legado en el continente. «Ivan Potekhin, el principal africanista de la URSS en aquel momento, sólo había visitado África por primera vez en la década de 1950», señala la historiadora Natalia Telepneva.

La operación de la Unión Soviética para ayudar al entonces primer ministro congoleño Patrice Lumumba a reprimir a los secesionistas apoyados por Bélgica contó con escasos recursos. «Moscú sólo tenía medios para enviar un puñado de agentes sobre el terreno», afirma Telepneva. Así que cuando Joseph-Désiré Mobutu llevó a cabo su golpe militar en 1960, que contó con el apoyo activo de la CIA, el golpe para la KGB fue significativo.

Guerra Fría de «bajo coste» en África

La Unión Soviética tenía que ponerse al día si quería impulsar su estrategia de influencia en la región, pero podía contar con el entusiasmo de la oleada de independencias de las potencias coloniales en los años 60 para alcanzar ese objetivo.

«Para conseguir agentes que se unieran a la KGB en África, el continente ofrecía interesantes perspectivas de espionaje. Y las misiones que perseguirían -apoyar a los movimientos independentistas y, al mismo tiempo, vigilar la actividad estadounidense sobre el terreno- parecían nobles», escribe la historiadora Tepneva en su libro ‘Cold War Liberation’, basado en las memorias de Vadim Kirpitchenko, el primer director de la división africana de la KGB.

A partir de 1960, Rusia abrió un número creciente de embajadas en países africanos. Cada una de sus delegaciones «incluía tanto un agente de la KGB como del GRU (la agencia de inteligencia militar exterior del ejército soviético)», explica Telepneva.

La crisis del Congo sirvió de lección. «Moscú se dio cuenta de que la URSS no disponía de los mismos recursos que las potencias occidentales en África. Así que la inteligencia y las operaciones clandestinas parecían ser la mejor manera de librar una Guerra Fría de ‘bajo coste'», afirma Telepneva.

La crisis del Congo sirvió de lección. «Moscú se dio cuenta de que la URSS no disponía de los mismos recursos que las potencias occidentales en África. Así que la inteligencia y las operaciones clandestinas parecían ser la mejor manera de librar una Guerra Fría de ‘bajo coste'», afirma Telepneva.

Aunque la Unión Soviética acabó perdiendo terreno en África, los esfuerzos realizados resultaron útiles para la política exterior del Kremlin en el futuro. Rusia se convirtió en aliada del fallecido ex primer ministro Lumumba, que se convirtió en una figura clave de inspiración para otros movimientos independentistas de todo el continente. Estados Unidos, por su parte, era visto como un aliado de las antiguas potencias coloniales en África. La reputación de que la Unión Soviética estaba en el «lado correcto» de la historia en África fue impulsada por Rusia, y reforzada por el apoyo de la URSS a Nelson Mandela en su lucha contra el apartheid en Sudáfrica.

Los espías rusos trabajaron duro para mantener la reputación de su país. El país inició una amplia campaña de «medidas activas», lo que hoy se denominaría desinformación y propaganda. Su objetivo era presentar a la Unión Soviética como partidaria desinteresada de un África descolonizada. Mientras tanto, Washington aparecía como un titiritero que conspiraba en la sombra, salvaguardando sus propios intereses.

La KGB utilizó todo su arsenal, manipulando los medios de comunicación locales y falsificando documentos para convertir a la CIA en el enemigo que había que destruir. Moscú alimentó la paranoia del revolucionario ghanés -y a la postre primer primer ministro y presidente del país- Kwame Nkrumah, que se veía a sí mismo como un «Lenin africano». Veía espías estadounidenses por todas partes. «En 1964, una falsa carta escrita por el servicio A en la que se esbozaba un complot de la CIA le enfureció tanto que envió una carta directamente al Presidente de Estados Unidos, Lyndon Johnson, acusando a la CIA de utilizar todos sus recursos con un único objetivo: derrocarle», se lee en los archivos Mitrokhin, que deben su nombre a Vasili Mitrokhin, el archivero jefe de la KGB que desertó al Reino Unido en 1992 y se llevó consigo 30 años de notas.

Del sueño soviético a la decepción

Es difícil no ver estas «medidas activas» como precursoras de las actuales campañas de desinformación en línea y «fábricas de trolls» dirigidas por Yevgeny Prigozhin, jefe del grupo mercenario Wagner. La Rusia de Putin utiliza una versión nueva y mejorada de la narrativa soviética. Entonces, la Unión Soviética se presentaba como campeona de la descolonización. Hoy, «Rusia se proclama aliada del movimiento panafricanista anticolonial», afirma Plichta. La campaña rusa para alimentar el sentimiento antifrancés en la República Centroafricana y Mali es sólo un ejemplo.

Pero no todos los esfuerzos de la KGB fueron coronados como victorias en su momento, o al menos no en la medida que Moscú esperaba. La Unión Soviética «pensaba que estos países se alinearían de forma natural con las ideologías comunistas y, por tanto, con la URSS. Pero resultó ser más complicado de lo que esperaban», explica Telepneva.

Kwame Nkrumah, que gobernó Ghana durante seis años, fue el primer «amigo» de la Unión Soviética en el África subsahariana. Fue derrocado en 1966 tras derivar hacia el autoritarismo. Los otros dos países que más abiertamente se alinearon con Rusia, Malí y Guinea, no dejaron tras de sí recuerdos del paraíso comunista. Tras ocho años en el poder, el líder maliense Modibo Keita fue derrocado, mientras que el guineano Ahmed Sékou Touré permaneció al frente de un régimen brutal durante más de 25 años, hasta 1984.

No fue hasta la segunda oleada de descolonización y el desmantelamiento del bastión colonial de Portugal en Mozambique, Guinea-Bissau y Angola, en la década de 1970, cuando las operaciones de influencia soviética volvieron a repuntar. Pero esta vez, el líder Leonid Brézhnev instó a los servicios de inteligencia a «reorientar sus esfuerzos para reforzar la cooperación militar y de seguridad con los ejércitos de los países ‘amigos'», afirma Telepneva. El Kremlin se había dado cuenta de que, hasta ahora, había subestimado el papel de los militares en las luchas de poder africanas.

La Unión Soviética y el poder blando

La Unión Soviética se convirtió en un importante proveedor de armas para el continente africano. Respaldada por el apoyo soviético contra Somalia, Etiopía recibió un «avión soviético lleno de equipo militar e instructores [en su suelo] cada 20 minutos» en el invierno de 1977, según los archivos Mitrokhin.

Una vez más, este enfoque recuerda a las tácticas de Putin y el grupo Wagner. «La principal estrategia de Moscú para extender su influencia en África, además del envío de mercenarios de Wagner, es multiplicar los acuerdos militares [21 de los cuales se firmaron entre 2014 y 2019]», afirma Plichta.

Durante la Guerra Fría, el apoyo militar fue más allá del suministro de armas. La Unión Soviética también entrenó a miles de «luchadores por la libertad» en su país. El Centro Educativo Perevalnoe-165 de Crimea, la península ucraniana ahora anexionada por Rusia en 2014, se ha convertido en el ejemplo más famoso.

El manejo de armas era sólo una parte de lo que se enseñaba. «También había formación política con excursiones a lugares turísticos, visitas a granjas colectivas y proyecciones de películas. Los cursos también incluían una introducción al leninismo-marxismo y debates sobre la historia de la colonización», explica Telepneva.

Moscú se dio cuenta muy pronto de que la educación podía estrechar sus lazos con África, por lo que Kruschev inauguró la Universidad Patrice Lumumba en Moscú en 1961. A lo largo de 50 años, formó a más de 7.000 estudiantes de 48 países africanos en física, economía y administración pública. También se admitió a estudiantes africanos en distintas universidades de la URSS.

Para los espías rusos, las universidades eran un magnífico caldo de cultivo para potenciales reclutas. De hecho, el vicepresidente de la Universidad Lumumba formaba parte del KGB. Pero «eso no era lo más importante para Moscú», afirma Konstantinos Katsakioris, especialista en educación africana y la antigua Unión Soviética en la Universidad de Bayreuth (Alemania). La prioridad de Moscú era mejorar la reputación de la Unión Soviética en África. Se esperaba que todos los estudiantes predicaran la buena palabra soviética en su país.

Esto también se convirtió en una ventaja para Putin. Tras el colapso de la Unión Soviética, Moscú se retiró gradualmente de África, pero todos los alumnos que se formaron en la antigua URSS se quedaron allí. Así que cuando, en 2014, Putin decidió volver a invertir en el continente africano en busca de nuevos aliados para compensar el aislamiento diplomático de Rusia causado por su anexión de Crimea, sabía que sus agentes podrían encontrar amigos allí.

«Los soldados y estudiantes eran jóvenes cuando fueron a la Unión Soviética. Hoy, algunos de ellos se han convertido en miembros influyentes en sus países de origen», afirma Plichta. Estos veteranos de la aventura soviética en el África poscolonial son hoy los oídos potencialmente serviciales en los que pueden susurrar Putin y los hombres de Prigozhin.

*Artículo adaptado de su original en francés

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