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Religiosas

La peor de las traiciones

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La peor de las traiciones es la del siervo más fiel, es la mayor de las vilezas y merece el mayor de los castigos. España fue el siervo más fiel de Cristo a lo largo de toda su historia, convirtió a los visigodos, expulsó al islam invasor tras ocho siglos de lucha, llevó el catolicismo y la cultura a América, defendió a Europa de la agresión conjunta de otomanos y protestantes, puso límites a la revolución protestante, y su decadencia fue resultado del esfuerzo titánico para hacer frente al mismo tiempo a los otomanos aliados con los “católicos” franceses de Richelieu, los protestantes alemanes, holandeses y anglicanos, tanto en Europa como en América.

A pesar de todo ello, llevó sus provincias americanas a un nivel cultural y económico inmensamente superior a la miseria económica y moral en la que han sido hundidas tras su independencia por sus élites vendidas a los intereses anglosajones, élites interesadas en seguir agitando el fantasma de la Leyenda Negra para ocultar su propia corrupción. Y en medio de su decadencia, ha sido el único país capaz de hacer frente y vencer con las armas a una revolución comunista.

Sin embargo, ese siervo fiel ha traicionado a su Señor. Ha dejado penetrar profundamente en el alma de su pueblo las ideologías más perniciosas y se ha echado finalmente en brazos de la revolución, dando la espalda a Dios y siguiendo el camino de una Europa apóstata que ha traicionado también su propia esencia, sus raíces: la cristiandad, el derecho romano y la filosofía griega, implantando en su suelo la cultura de la muerte contra el Dios de la Vida. ¿Y va a quedar sin castigo esa traición?

Cuando Israel cayó en la idolatría, Dios lo entregó a la destrucción por el imperio babilónico. Jerusalén y el Templo fueron destruidos, y las élites judías exiliadas en Babilonia. Fueron necesarios 70 años de arrepentimiento y lágrimas para que Dios promoviese la conquista de Babilonia por Ciro el persa y el decreto de libertad para los judíos, libres para regresar a su pueblo y reconstruir la ciudad y el Templo.

Nuestro castigo apenas ha comenzado y ya estamos impacientes por librarnos de él. ¿Acaso no forma parte del castigo la corrupción moral y económica extrema de unos dirigentes que están convirtiendo el país en un desierto? ¿Y pensamos que podemos, sin más, librarnos de ellos?

70 años de arrepentimiento y lágrimas fueron necesarios para Israel. ¿Acaso hemos empezado a mostrar algún arrepentimiento por nuestra traición? ¿Acaso lloramos por algo que no sea la progresiva destrucción de nuestras comodidades?

Pero si ya no creemos en Dios, ¿cómo vamos a creer en castigos divinos? Ese es nuestro drama más terrible. Somos incapaces de entender lo que nos sucede y, por tanto, también de aplicar la única solución posible, el arrepentimiento, la petición de perdón y la vuelta a Dios. Nos condena nuestra propia ceguera, nuestra incapacidad de comprender.

Sin embargo, tal vez exista alguna esperanza. La España americana no ha muerto, a pesar de los intentos pertinaces y sangrientos para enterrarla por parte de los anglosajones, que nunca han perdonado el sacrificio de España para hacer frente al protestantismo, a su protestantismo. La España americana comienza a revivir en ese conjunto de movimientos reunificacionistas que están creciendo a lo largo de toda la geografía americana, que han comprendido la falsedad radical de lo que sus élites corruptas les han estado enseñando, que están aprendiendo cómo fue la realidad de sus países como provincias españolas y lo que les ha supuesto la independencia en términos de miseria moral y económica.

Tal vez la reacción pueda comenzar en esa España americana. Tal vez sean los españoles americanos los que deban asumir la responsabilidad de tomar la iniciativa y guiar a sus hermanos peninsulares en el doloroso ejercicio del arrepentimiento y de la súplica, a través de la oración permanente por el perdón divino.

Para Dios seguimos siendo un pueblo y todas nuestras oraciones valen lo mismo para Él. Por eso pido desde aquí a los españoles americanos que den ejemplo a sus hermanos peninsulares, puesto que ellos han abierto ya sus mentes y comprenden lo que a nosotros nos cuesta tanto entender.

Queridos hermanos americanos, rezad por nosotros y con nosotros, ayudadnos con vuestras oraciones por la salvación de nuestra patria común.

Pedro Abelló.

Fuente Infovaticana

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