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«Domingo, el primer día de la Nueva Semana, al rayar el alba.»
Mujeres piadosas llegan al santo sepulcro, trayendo consigo aromas, áloes, aceite y lagrimas para ungir el cuerpo de su Maestro y preservarlo de corrupción.
Pero David bajo la inspiración del Espíritu un milenio antes declaró:
– «Tú no abandonarás mi alma en el Sheol, ni permitirás a tu Santo ver corrupción» (Salmos 116:10).
Cuando las santas mujeres llegan a la tumba excavada en la roca, encuentran la gran piedra que tapaba el sepulcro removida y la tumba vacía.
Inmediatamente, dos ángeles en vestiduras resplandecientes se les aparecen y les dicen:
– «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado como os dijo» (Lucas 24:5-6).
Este es ese Santo del cual David dijo: Él no verá corrupción. No lloren hijas de Jerusalén, vuestro Rey ha resucitado.
Cuando María Magdalena, la mujer a quién el Nazareno liberó, le vio, echándosele encima, gritó:
– «¡Raboní!»
¡Esta vez no lo soltaría por nada en el mundo! El Maestro le dice:
– «Suéltame pues aún no he subido al Padre; pero ve a mis hermanos, y diles: «Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios»» (Juan 20:17).
Nació para morir.
Murió para conquistar.
Conquistó para resucitar.
Resucitó para reinar sobre vivos y muertos (Romanos 14:9).
Como el discípulo amado testificó del Cristo glorificado:
– «Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Y Él puso Su mano derecha sobre mí diciendo: «No temas, Yo Soy, el Primero y el Último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades» (Apocalipsis 1:17-18).
No lloren más hijas de Jerusalén ni tengan miedo rebaño pequeño: «porque vuestro Padre ha decidido daros el Reino» (Lucas 12:32).
Χριστὸς ἀνέστη!
Ἀληθῶς ἀνέστη!
¡Cristo ha resucitado!
¡Verdaderamente, ha resucitado!
Feliz Día del Señor.
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