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Francisco, monarca de Italia. Cada vez más amo, cada vez menos amado

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El papa Francisco levantó la audiencia prevista para mañana con Cafiero - elDiarioAR.com

 

El lunes 23 de mayo, cuando los obispos italianos reunidos en Roma en asamblea general se reúnan a puertas cerradas con el papa Francisco, saben ya que recibirán de él no sólo la habitual lavada de cabeza, sino también el “diktat” sobre el nombramiento de su nuevo presidente, que sustituirá al octogenario cardenal Gualtiero Bassetti, quien ha llegado al final de su mandato quinquenal.

Según el estatuto, los obispos italianos propondrán una terna de candidatos, cada uno votado por mayoría absoluta, entre los que el Papa elegirá y nombrará al nuevo presidente.

Pero en la práctica Francisco ya ha elegido a su favorito y ya ha preanunciado -no a la Conferencia Episcopal Italiana, sino al “Corriere della Sera” en la temeraria entrevista del 3 de mayo, la de “los ladridos de la OTAN a las puertas de Rusia”- que será cardenal, no sólo obispo.

Por otras vías ya ha hecho saber que el cardenal que nombrará como presidente no tendrá más de 75 años cuando expire su mandato en 2027.

Que es como decir que, por razones de edad, sólo serían tres los cardenales en carrera: el vicario de Roma, Angelo De Donatis, de 68 años; el arzobispo de Bolonia, Matteo Maria Zuppi, de 67 años, y el arzobispo de Siena, Augusto Paolo Lojudice, de 58 años. Tres candidatos que, de hecho, se reducen a dos si se quita el nombre de De Donatis, que no goza de las simpatías del Papa desde hace un par de años y al que se considera que ocupará un puesto de menor jerarquía en la Curia Romana.

Las apuestas han comenzado para los dos restantes. En un post anterior, Settimo Cielo apostó por Lojudice, a quien el Papa llamaría a Roma como su vicario. Mientras que para Zuppi la meta de la que todos rumorean, más que la presidencia de la CEI, es la futura elección como Papa.

Los citados límites de edad obligan no sólo a la CEI, sino a todas las conferencias episcopales del mundo, en las que el nombramiento del respectivo presidente no lo hace el Papa, sino que es electivo.

Así lo ha establecido una carta enviada el pasado mes de marzo a todos los episcopados, firmada por el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, para los países de Occidente y de América, y por el cardenal Luis Antonio Gokim Tagle, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, para los países en tierras de misión.

La primera conferencia episcopal que se ha sometido a las nuevas reglas para la elección de su presidente fue la de Australia, en la segunda semana de mayo.

Y ahora es el turno de Italia. Pero esto es lo que prescribe textualmente la carta, cuyos cinco párrafos clave se hacen públicos aquí por primera vez:

“Cada vez está más difundida en varias conferencias episcopales la práctica de elegir para los puestos más altos de las mismas a obispos diocesanos que están a punto de alcanzar o han alcanzado ya la edad de setenta y cinco años. Como resultado de esa elección, los obispos elegidos, al mismo tiempo que presentan su renuncia por haber llegado al límite de edad, de acuerdo con el canon 401 § 1 del Código de Derecho Canónico, han pedido a menudo al Santo Padre que puedan permanecer en el cargo diocesano hasta la expiración del mandato ejercido en las respectivas Conferencias Episcopales.

“Esta práctica ha alcanzado tal dimensión que condiciona de diversas maneras la libertad de determinación del Santo Padre en la aceptación de la renuncia y, en consecuencia, pone en duda la aplicación ordenada de la disciplina del citado canon 401 § 1. De hecho, las providencias concedidas en el pasado a propuesta de este Dicasterio para casos singulares han creado una indebida y generalizada expectativa de prórroga en los distintos cargos diocesanos a pesar de haber alcanzado el límite de edad. Por lo tanto, después de haber ponderado el asunto, paso a determinarles lo siguiente.

“Cuando el presidente y el vicepresidente de la Conferencia Episcopal cesan en el cargo de obispo diocesano, a partir del día de la publicación de la aceptación de dicha renuncia por parte del Romano Pontífice, cesan también en el cargo de presidente y vicepresidente de la Conferencia Episcopal (cf. Congregación para los Obispos, “Carta circular a los presidentes de las Conferencias Episcopales sobre la revisión de sus estatutos”, 13 de mayo de 1999, n. 7).

“En consecuencia, para evitar que los más altos cargos de las Conferencias Episcopales queden vacantes antes de la expiración natural del mandato, debe evitarse, sin excepción, la elección de obispos diocesanos que hayan alcanzado ya la edad de setenta y cinco años para el cargo de presidente y vicepresidente de las Conferencias Episcopales (cf. c. 401 § 1 del CIC; art. 1 de la Carta Apostólica dada en forma de motu proprio “lmparare a congedare”).

“Por último, para no condicionar indebidamente la libre aceptación de la renuncia por parte del Santo Padre, se pide cortésmente a las conferencias episcopales que no elijan para los cargos de presidente y vicepresidente de la Conferencia Episcopal a obispos diocesanos que durante su mandato (mandato electivo) alcancen los setenta y cinco años de edad”.

Naturalmente, el papa Francisco hace lo que quiere. El 13 de mayo nombró como nuevo arzobispo metropolitano de Praga, en lugar del cardenal Dominik Duka, a Jan Graubner, de 74 años, que ya está muy cerca de los 75 años, edad obligatoria para dimitir.

Pero con los obispos italianos ya ha decidido cómo proceder. Ya ha allanado el camino al que pronto será nombrado presidente al liberarlo del actual secretario general, monseñor Stefano Russo, que fue trasladado el 7 de mayo a la diócesis de Velletri-Segni. Y ya ha hecho saber -de nuevo a través del “Corriere della Sera”- que el nuevo presidente podrá elegir al secretario, del que “pueda decir: quiero trabajar con esta persona”.

Porque en el pasado no ha sido así. Desde que es Papa, Jorge Mario Bergoglio ha hecho y deshecho personalmente a los secretarios generales de la CEI.

El primero con el que se cruzó, Mariano Crociata, lo destituyó abruptamente a finales de 2013, dándole la modesta diócesis de Latina-Terracina-Sezze-Priverno.

El segundo, Nunzio Galantino, lo nombró y luego lo utilizó como su propio hombre de asalto contra la misma CEI, entre otras cosas porque las relaciones entre el Papa y la Conferencia Episcopal Italiana se agriaron pronto, sobre todo por la desidia con la que los obispos acogieron el discurso-reprimenda del Papa en Florencia en 2015 y su posterior propuesta de poner en marcha un sínodo nacional.

El tercero, Stefano Russo, elegido y nombrado por Francisco en 2018, no cumplió con las expectativas del Papa, cada vez más enfrentado con la CEI y con su presidente Bassetti.

Ni a Galantino, quien después fue llamado al Vaticano para presidir la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica, ni a Russo les permitió el Papa terminar sus respectivos quinquenios, que en cambio dejó en manos del cardenal Bassetti, nombrado por él en 2017 pero que pronto cayó en desgracia y finalmente fue humillado descaradamente, de nuevo en Florencia el pasado febrero, con la negativa del Papa a ir a concluir -o incluso a saludar desde Roma- ese congreso de las Iglesias y naciones del Mediterráneo tan querido por el presidente saliente de la CEI.

Pero ahora que Bergoglio se ha librado de ambos, será curioso ver quiénes compondrán la pareja -presidente y secretario- a la que quiere confiar el “hermoso cambio” que finalmente se espera, también anunciado al “Corriere”.

A la secuencia de maltratos recién detallados se puede agregar el puñetazo dado por Francisco a otro ex secretario general de la CEI, monseñor Ennio Antonelli, hoy de 86 años, promovido por Juan Pablo II a arzobispo de Florencia y a cardenal y, por último, llamado por Benedicto XVI a presidir en el Vaticano el Pontificio Consejo para la Familia. Francisco no le permitió participar a Antonelli en el sínodo sobre la familia, llevado a cabo en el 2014, simplemente porque se había mostrado contrario a esa vía libre de la Comunión para los divorciados vueltos a casar que, por el contrario, el nuevo Papa quería habilitar a toda costa.

En las cuestiones sobre la familia Francisco siempre ha tratado muy mal a la Conferencia Episcopal Italiana.

Luego de la asamblea general del pasado noviembre, el Papa llegó a crear una comisión -encabezada por uno de sus protegidos, el español Alejandro Arellano Cedillo, decano de la Rota Romana- para inspeccionar una a una las más de doscientas diócesis y comprobar si obedecen o no sus deseos en cuanto a los procesos de nulidad matrimonial.

En este campo, la Iglesia italiana había sido durante mucho tiempo una de las mejor ordenadas del mundo, con su red de tribunales regionales funcionando bien y el bajísimo costo de los juicios, desde un máximo de 525 euros hasta la gratuidad total, según el nivel de vida de los demandantes. Nada comparable con lo que ocurría en otras zonas del planeta, algunas totalmente desprovistas de tribunales, especialmente en América Latina, continente del que procede el Papa.

Pero Francisco se empeñó en ampliar en forma desproporcionada las concesiones de nulidad. Y para lograrlo, con el motu proprio “Mitis Iudex” de agosto de 2015 y con los posteriores decretos de aplicación, confió ya no a los tribunales eclesiásticos regionales con sus magistrados y abogados y con todos los adornos del derecho, sino a los obispos individualmente -como pastores “y por eso mismo jueces” de sus fieles- la tarea de cribar los casos de nulidad y dictar las sentencias, con procedimientos drásticamente abreviados y por medios extrajudiciales, bajo un régimen de total gratuidad para los demandantes del caso.

La Conferencia Episcopal Italiana (CEI) ha intentado resistirse a esta debacle, e incluso una personalidad tan apreciada por Bergoglio como el cardenal y teólogo alemán Walter Kasper ha dado la voz de alarma sobre “una ampliación de los procedimientos de nulidad” que “crearía la peligrosa impresión de que la Iglesia procede deshonestamente al conceder lo que en realidad son divorcios”.

Pero no hay nada que hacer. A Francisco le ha gustado que en algunas regiones italianas, sobre todo en el sur, algunas diócesis hayan empezado a proceder libremente, creando sus propios tribunales, aunque con resultados casi desastrosos por la falta de personal competente.

Y ahora quiere que sea así en todas partes. Con sentencias de nulidad a raudales y cada vez más parecidas a la anulación de matrimonios fracasados, lo que en la práctica constituye un “divorcio católico”.

Volviendo al nombramiento del nuevo presidente de la CEI, aquí se publica por primera vez el avance de las votaciones que en mayo de 2017 produjo la terna de candidatos, entre los que la elección del Papa fue entonces la del cardenal Bassetti.

Primera votación para el primer candidato de la terna, 266 votantes:
Franco Giulio Brambilla 44, Gualtiero Bassetti 44, Francesco Montenegro 34, Giuseppe Betori 20, Bruno Forte 15, Matteo Maria Zuppi 12, Mario Meini 9…

Segunda votación para el primer candidato de la terna, 228 votantes:
Bassetti 72, Brambilla 59, Montenegro 42, Betori 17, Forte 9, Zuppi 6, Meini 6…

Votación entre los más votados, 226 votantes:
Bassetti 134 (elegido), Brambilla 86, 5 en blanco, 1 nulo

Primera votación para el segundo candidato de la terna, 224 votantes:
Brambilla 90, Montenegro 53, Betori 20, Meini 10, Forte 9…

Segunda votación para el segundo candidato de la terna, 226 votantes:
Brambilla 115 (elegido), Montenegro 67, Betori 22, Forte 7…

Primera votación para el tercer candidato de la terna, 226 votantes:
Montenegro 126 (elegido), Betori 42, Forte 11, Zuppi 9…

De Franco Giulio Brambilla -obispo de Novara desde 2011, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana desde el 2015 al 2021, y anteriormente profesor de Cristología y decano de la Facultad de Teología de Milán- Settimo Cielo publicó en 2020 una intervención suya sobre la interpretación del Concilio Vaticano II siguiendo la traza de la “reforma en la continuidad” defendida por Benedicto XVI en su memorable discurso del 22 de diciembre de 2005.

Entre los teólogos del siglo XX más estudiados por Brambilla se encuentran Edward Schillebeeckx, Karl Rahner y Hans Urs von Balthasar, ciertamente no clasificable entre los tradicionalistas, de los que él también se ha distanciado siempre. Razón de más para captar la seriedad de su apreciación -en ese mismo discurso- también sobre los criterios de historicidad adoptados por el cardenal “conservador” Walter Brandmüller, frente a las “numerosas banalidades” que circulan hoy respecto al último Concilio.

Fuente: Sistema Integrado Digital

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