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Nacional

Alegoría de la Reina Despojada

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Por: Álvaro Gallón Rodríguez

Se entristecen el Magdalena y el Cauca, se estremecen el San Juan y el Patía, la selva se
deshace en lágrimas y truena en el Orinoco y el Amazonas; ruge con fiereza el Catatumbo y el Guáitara. Se seca el Guatapurí y el Ranchería, que han sido inspiración de tantos poetas. Una triste y espesa niebla gris cubre valles y sabanas, la llanura abrazada por el sol se incendia, las dos costas se encrespan. Todo anuncia la catástrofe.

Por estos días se menciona a la Reina de Colombia como “La despojada”, en palabras
proféticas de monseñor Luis José Rueda Aparicio, Arzobispo de Bogotá y Presidente de la
Conferencia Episcopal de Colombia, que lamentaba el sacrilegio ocurrido el pasado 9 de julio, cuando se conmemoraban 102 años de su coronación. País ingrato que ya no recuerdas a don Alonso indio, quien, enternecido por el tiempo que su Reina estuvo abandonada en Suta, tuvo la inspiración de construirle su primera capilla de vara, tierra y techo pajizo. Noble cacique respetado por españoles e indígenas. Símbolo de la unidad nacional mestiza que nacía del alma pura y fresca recién bautizada, este inocente capitán de los indígenas Cocas, destinó su guardia personal para cuidar a su Reina.

Noble Alonso indio, a quien hoy mencionamos con respeto y rendimos honra, porque tuviste la feliz idea de ordenar a tus indígenas que cuando alguno recibiera un milagro, en
agradecimiento a la bondad maternal y grandeza de su Reina, que salva a indios y españoles juntos, de toda suerte de pestes, plagas y tragedias, le entregará en agradecimiento una esmeralda para se construyera el más rico y hermoso templo de la tierra colombiana y fuera adornada con cetro y corona de oro y esmeraldas.

Con el tiempo fueron tantos los milagros de la Reina de los Ángeles, de los hombres, de los
pueblos y de todo lo creado, que se acumuló el tesoro más grande de esmeraldas talladas de la tierra. Hoy los colombianos ya no solicitan la maternal protección por su salud frente a la peste y el peligro inminente de su muerte. El nombre del Luis Fernando Malaver, con
prontuario de 13 entradas a la cárcel por narcotráfico, asalto y asesinato, se volvió
universalmente famoso el pasado 9 de julio, porque es pronunciado con vergüenza patria y
su hazaña infame contada en los Jardines del Vaticano con voz temblorosa y lágrimas en los ojos por el señor Embajador de Colombia ante la Santa Sede doctor Jorge Mario Eastman, en presencia del Cardenal Giuseppe Bertello, Gobernador del Estado Vaticano, demás cardenales presentes, renombrados obispos y el cuerpo diplomático de otros países
acreditados en la Santa Sede, su distinguida esposa y sus pequeñas hijas.

Ahora no faltará quien proponga al delincuente para senador de la República y sugiera
redactar una ley para que su curul no esté sometida al debate electoral. Hoy, 434 años
después de la noble decisión de don Alonso indio, la tragedia nacional ocasionada por la
languidez moral, es de tal magnitud que la falta de sensibilidad de los colombianos le resta toda importancia al hecho de que se haya despojado a la Reina de sus alhajas. El que las haya recuperado la Policía Nacional no disminuye la gravedad del acto.

¿Quién podría imaginar en aquel 3 de enero de 1587, cuando los indios Cocas comenzaron a construir su capilla, que en el año 2021 el país iba a celebrar la fiesta religiosa nacional del 9 de julio incluyendo a un ratero sustrayendo las joyas, que son el símbolo de la realeza de la Virgen sobre la patria colombiana y que hubieran vísperas tumbando monumentos de
aquellos a los que la india Catalina se refería de la siguientes manera: “Mis ojos propios son
buenos testigos, de cómo saben ser buenos amigos” (Juan de Castellanos, Elegía de Varones Ilustres de Indias, Parte III, Historia de Cartagena, Canto II).

Este robo pudo ser permitido por Ella, como un mensaje de reflexión sobre el abismo en que hemos caído y de advertencia, que tal vez, anuncia la tormenta nacional que se aproxima. Es el símbolo de la Revolución Bolivariana del Socialismo del Siglo XXI, que cae sobre una nación que renunció a Jesucristo y ya no conoce ni practica los Diez Mandamientos, los cuales hace tiempo no se enseñan en colegios y universidades, en los primeros, porque es contrario al libre desarrollo de la personalidad, en las segundas porque no es científico y no hace parte de su línea de investigación.

Desde las altas cortes se proclama la idolatría materialista de toda la sociedad al Estado laico y se prohíbe la profesión de fe hasta del primer mandatario, al punto que tiene que ir a escondidas a visitar la Virgen de Chiquinquirá para pedir su protección y la del país. Nuestros militares tienen más entusiasmo por la idiotez del dios cienciológico Xenu que por el Decálogo y son fácilmente tentados por las jugosas retribuciones del narcotráfico o bicocas frente a lo que vale el honor de la Patria. A los jóvenes se les engatusa con la bondad del estupefaciente recreativo y los niños son entrenados en el arte del terrorismo urbano, las mujeres pasan a engrosar las filas de las mamás primera línea y se convierten en las fuertes animadoras promotoras del aborto y la eutanasia, los vándalos incendian todo a su paso ante la mirada perdida y apática de los transeúntes, que ven cómo destruyen el mobiliario urbano pagado con sus impuestos para que puedan vivir como ciudadanos decentes. Gracias a los bloqueos, la deuda externa alcanzó el 60% y los expertos internacionales consideran que cuando llega al 75%, un país no tiene retorno a la normalidad. Los académicos y los maestros sesgan la historia nacional para despreciar el bien, envenenar los espíritus y azuzar a la violencia.

¡Colombia! Te llegó el tiempo de ser sincera contigo misma y abrir tu inteligencia y voluntad para manifestarte y afirmar con valentía lo que eres: Una noble nación católica, apostólica y romana, o prepararte para la esclavitud, el hambre y el destierro, pues el Nabucodonosor marxista yoruba de Venezuela con sus sacerdotes paleros ya está acampando en tus puertas y fronteras.

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