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Religiosas

Refutando la leyenda negra de la venta de indulgencias

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¡Otro despistado tragándose el cuento mal contado, repitiendo mitos sin rascar un milímetro de la verdad! ¡Pero vamos a destripar esto con hechos y fuentes para no dejar lugar a dudas! ¿Qué eran en verdad las indulgencias? Agárrese, que esto va con filo y sin anestesia:

Estamos en el siglo XVI y la Iglesia Católica está en modo «construcción de otro Siglo de Oro». Tras la muerte de Julio II el papa guerrero que puso la primera piedra de la Basílica de San Pedro, León X agarra el timón con un plan ambicioso: convertir Roma en un faro de arte y fe, con basílicas que dejen a todos con la boca abierta. Pero, claro, ¡esas obras maestras no iban a crecer en los árboles! La Iglesia, dueña de casi el 60% de las tierras de Europa (un imperio inmobiliario que incluía Sajonia), necesitaba fondos. Aquí aparece Federico el Sabio, un príncipe sajón con una mina de oro: 19,000 reliquias que exhibía como si fuera un parque temático medieval, cobrando entrada a los curiosos. El cerebro detrás de este negocio era Johann Tetzel, un fraile dominico que vendía hasta el suspiro de las reliquias. Pero Federico, empapado de ideas gnósticas que prometían «sabiduría secreta», no quería soltar un céntimo en impuestos, ni por sus tierras ni por su negocio reliquero y vio la oportunidad al romper con el papado, para no pagar lo que era su deber. ¿La jugada? Encontró en Martín Lutero al peón ideal para asestarle un golpe a Roma.

No solo respaldó las mentiras de Lutero, sino que reunió a otros príncipes alemanes para tejer una red de intrigas, desde leyendas negras hasta guerras que sacudieron Europa.  ¿El núcleo de la mentira? Hacer creer que la Iglesia era tan codiciosa como el propio Federico con su museo de reliquias. Las indulgencias, lejos del mito de «paga y salva tu alma», eran aportaciones voluntarias de los fieles para financiar misas por la salud de los vivos o el descanso de los difuntos. Sí, como las ofrendas de hoy en cualquier iglesia. Un acto de devoción y no un «pase VIP al cielo». Pero Lutero, más astuto que un zorro, vistió las indulgencias de vergüenza, pintándolas como un mercado de pecados para desprestigiar a la Iglesia.

Y aquí viene lo mejor: en cartas a Erasmo de Rotterdam, Lutero confesó de puño y letra que no le importaba un rábano «luchar contra la corrupción». Su verdadero objetivo era dinamitar la doctrina católica y provocar un cisma. ¡Pum! Eso no era reforma, era demolición.  Así que, cuando alguien vuelva a repetir el mito de las indulgencias como un negocio turbio, dígale que se informe. La historia no miente; solo hay que arrancarle el velo de las tonterías repetidas.

Fuentes
– Diarmaid MacCulloch, Reformation: Europe’s House Divided 1490–1700 (Penguin, 2004), pp. 119–125. Describe el contexto político-económico de las indulgencias y la alianza entre Lutero y Federico.

– Euan Cameron, The European Reformation (Oxford University Press, 2012), pp. 98–102. Analiza las indulgencias y la propaganda luterana.

Luther’s Works, vol. 49 (Fortress Press, 1972). Correspondencia entre Lutero y Erasmo, donde se revelan y confiesan las insidiosas intenciones de Lutero.

¡Buenas noches!

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