La presión ciudadana organizada funciona. Bangladés lo demuestra hoy. Después de cinco mandatos, cuatro de ellos consecutivos, la primera ministra del país asiático, Sheikh Hasina, dimitió y huyó a la India. La represión en contra protestas estudiantiles la obligó a dejar el cargo de forma intempestiva.
La nación celebra su libertad en las calles. Le costó 15 años alcanzarla pero cinco semanas de manifestaciones persistentes condujo al fin del régimen de Hasina. La exigencia de la derogación de una ley que fijaba cuotas para asignar empleos en la administración pública acabó con su intento de perpetuidad tras la muerte de al menos 300 participantes de las concentraciones.
Ni la suspensión del servicio de internet, mensajería instantánea ni de llamadas internacionales por orden de la mandataria impidió el levantamiento popular. El malestar por la medida del Tribunal Supremo de Justicia que permitía al Estado otorgar un tercio de los puestos de trabajo públicos a los descendientes de los combatientes de la guerra de liberación bangladesí de Pakistán en 1971, superó los obstáculos.
La población alzó su voz con contundencia. La Corte Suprema la escuchó y dictaminó como “ilegal” la disposición del tribunal para contener las protestas e impuso que el 93% de los empleos gubernamentales se alcanzaran por meritocracia y sólo 5% de ellos se reservaría para dichos familiares y el 2% restante para minorías. Sin embargo, el fallo no salvó a Hasina de los gritos que clamaban su renuncia y este lunes abordó un helicóptero militar para abandonar el poder.
Victoria ciudadana
El Palacio de Ganabhaban, residencia y despacho oficial del primer ministro está repleto de jóvenes que festejan la estampida de la mandataria calificada como “autócrata”. En redes sociales abundan videos que recopilan el festejo de la nación mientras cientos de manifestante recorren el interior de la sede gubernamental con consignas.