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El líder del Kremlin libra varias guerras de forma simultánea: contra Ucrania, el orden liberal y su propia ciudadanía

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Rusia y Ucrania: el histórico contraataque de Occidente a Putin, el "agitador del orden internacional" - BBC News Mundo

Putin está librando varias guerras simultáneamente. Por un lado, una guerra convencional con vistas a destruir territorial y nacionalmente Ucrania. Por otro, un enfrentamiento contra una parte significativa de la sociedad rusa. La oferta de Putin ya no es más que la de una dictadura pura y dura que no busca generar un consenso amplio entre los rusos, sino imponer un orden político incuestionado y reducir los ya menguados espacios para la contestación política y las libertades civiles. Y, por último, una confrontación soterrada contra lo que denomina el «Occidente colectivo» con la aspiración de reformular la arquitectura de seguridad europea y provocar el advenimiento de un ansiado mundo multipolar que, confía él, pondrá fin a la hegemonía de Estados Unidos y el orden liberal internacional. Esa es la esencia del discurso que Putin ofreció el pasado viernes y que augura una escalada militar y diplomática en los próximos días y semanas. Vienen curvas y, sobre todo, una guerra de nervios con Europa y EE.UU.

En el campo de batalla ucraniano, Rusia ha perdido la iniciativa y acumula reveses desde principios de septiembre. Y ni la movilización decretada la pasada semana ni la anexión ahora de otras cuatro provincias ucranianas será suficiente para revertir esta dinámica. La anexión, ilegal e ilegítima desde cualquier punto de vista, es una huida hacia delante con el objetivo de intimidar a los ucranianos y, sobre todo, a las potencias euroatlánticas. Al incorporar Jersón, Zaporiyia, Donetsk y Lugansk como territorios de la Federación Rusa, Moscú quiere hacer creíble su amenaza, cada vez menos velada, de recurrir a armamento nuclear táctico. Esa es su baza y la carta que va a jugar los próximos días.

Moscú confía en que la inquietud de gobiernos y opiniones públicas europeas provoquen fisuras en el respaldo a Ucrania y en la cohesión de la respuesta occidental a la invasión rusa. Con el acto en el salón de San Jorge del Kremlin y posterior celebración en la plaza Roja, Putin pretende señalar que se trata de un paso irreversible, pero, también, que con eso le basta para presentar su guerra en Ucrania como una victoria ante su opinión pública. Ese es el anzuelo de la jugada diplomática de Putin y de ahí que ahora insista en su voluntad por alcanzar un alto el fuego y sentarse a negociar. En otras palabras, Putin necesita rápido una salida que no tiene y confía en que sean los europeos los que se la proporcionen. Y sabe que, para eso, necesita aumentar su temor.

Amenaza real

La amenaza nuclear es, pues, real, pero todavía no el escenario más probable. Aunque resulte contraintuitivo para muchos, un arma nuclear táctica -es decir, de baja potencia- puede no resultar determinante en el teatro ucraniano y su uso acarrea dilemas y riesgos para Moscú. Así que no se trata de una suerte de as infalible en la manga del Kremlin, sino de un recurso que agitará más o menos en función de la respuesta que perciba entre los aliados euroatlánticos. De esta manera, cuanto más alarmista sea el debate público y político europeo mayor incentivo encontrará el Kremlin para agitar el espantajo nuclear. De igual forma, si la comunicación estratégica de Occidente, la de EE.UU. en particular, no es suficientemente robusta -por ejemplo, si se explicita que en ningún caso se dará una respuesta simétrica- menor será la disuasión y mayor la probabilidad de su uso por parte del Kremlin.

El plan de Putin es preocupante porque sus posibilidades de éxito descansan en una permanente escalada y huida hacia delante. Con esta última anexión, Moscú ha cerrado la puerta a cualquier otra solución que no sea el reconocimiento de sus conquistas lo que, más allá de la legalidad internacional, resulta problemático porque ni siquiera controla el conjunto de los territorios que reclama como suyos. Con la caída de Limán, en el mismo momento de escribir estas líneas, veremos qué más tiene el Kremlin en el menú, si es que tiene algo, frente a la adversa realidad sobre el terreno.

Ucrania no tiene ningún incentivo para detener su contraofensiva ahora. Su única garantía de paz y supervivencia pasa por derrotar a Rusia y recuperar el control de todo su territorio nacional y eso incluye Crimea, de nuevo en la agenda. Visto desde Kiev, el discurso de Putin no puede resultar tranquilizador y su oferta de tregua nada más que una trampa y una mera pausa táctica. Con su apelación a la gran Rusia y su destino histórico, Putin reconfirma implícitamente que Mikolaiv, Odesa y, en última instancia Kiev, siguen en su punto de mira. Lo que Rusia lleva disputando de forma explícita desde hace ocho años es el derecho de Ucrania y de los ucranianos a existir como identidad nacional alejada de la tutela de Moscú. Y eso no ha cambiado. Al contrario, el tono mesiánico del discurso de Putin augura tiempos aún más difíciles.

Ni el tono ni el contenido del discurso son novedosos, pero sí resulta llamativa la agudización de los ribetes escatológicos y conspirativos. Puede sorprender a quienes no estén familiarizados, pero reflejan el pensamiento predominante en el ecosistema del Kremlin en la última década. Aunque la Unión Europea y sus principales estados miembros optaron por ignorar esta deriva, lo cierto es que el Kremlin está en pie de guerra, al menos, desde diciembre de 2011 cuando tuvo lugar una primera oleada de manifestaciones en Moscú contra Putin y el partido Rusia Unida. A partir de aquello, Putin y sus servicios de inteligencia han dado sobradas muestras de que están genuinamente convencidos de que Rusia afronta una amenaza existencial. De ahí se deriva esa mentalidad de fortaleza asediada y toda la actividad rusa hostil contra las democracias occidentales ejecutada por debajo de su umbral de detección, respuesta o comprensión, o lo que es lo mismo, toda la panoplia de amenazas híbridas en la zona gris.

En su discurso Putin apeló a aquellos que en Europa y Estados Unidos «piensan como nosotros». Un guiño con el que busca seducir a quienes creen que el Kremlin representa una suerte de baluarte de los valores tradicionales o del antifascismo soviético, según a qué audiencia se dirija. La gran habilidad del Kremlin es, precisamente, apelar con éxito a ambos lados del espectro político y de ahí sus, en apariencia, extraños compañeros de viaje del bolivarianismo radical a la derecha populista.

Así, como buen judoca, Putin, trata de utilizar la fuerza del adversario -sus libertades y pluralismo político- contra él mismo. La propaganda del Kremlin -con sus apelaciones al apocalipsis energético y económico que se avecina para Europa- es clara y cristalina al respecto. El objetivo último no es ayudar a esos compañeros de viaje con sus agendas domésticas, sino contribuir a la polarización y con ello la paralización estratégica de los que concibe como adversarios. Cuando Moscú apela a una Europa soberana (léase, sin la OTAN) sabe que en ausencia del paraguas de seguridad que proporciona EE.UU., Europa quedaría desprotegida y sin ninguna capacidad de disuasión frente a Rusia y sus apetitos de dominación geopolítica.

El Sur Global

De forma un tanto confusa, Putin mezcló estos potenciales apoyos en Occidente con su retórica destinada al denominado Sur Global -América Latina, África, Asia- al referirse a ellos como «un movimiento esencialmente emancipatorio y anticolonial contra la hegemonía unipolar» (léase EE.UU.). A todo ello le confiere Putin una relevancia tan decisiva que «determinará nuestra [de Rusia] realidad geopolítica futura». En esa clave se jugará buena parte de la partida que se avecina y que abarca, como vemos, planos diversos y una escala global. Y lo cierto es que, en ese Sur Global, Rusia consigue galvanizar apoyos y su retahíla de agravios de un pérfido Occidente contra una pobre e ingenua Rusia resuena con fuerza entre muchas audiencias.

La inquietud mostrada por China y la India en las últimas semanas es reflejo de que ambas, aunque por razones distintas, perciben una derrota y potencial colapso de Rusia como un grave riesgo y de ahí sus apelaciones a una rápida negociación en y sobre Ucrania. Es decir, aunque no vayan a respaldar de iure la anexión rusa de territorios ucranianos, eso no significa que de facto vayan a reposicionarse a favor de Kiev u Occidente. Europa y EE.UU. tendrán que navegar, pues, esta situación con astucia táctica y visión estratégica con vistas a evitar la posible conflagración bélica que se cierne sobre el espacio continental europeo.

Fuente: Sistema Integrado de Información

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